De siglas, tildes y lenguas muertas
La PDI cita a los dirigentes del SAMU que se tomaron la SEREMÍA pese a que el SEREMI del MINSAL, acordó con la FENATS el término del paro». Si un hispano hablante de 500 años en el futuro leyera esto, con mucha probabilidad pensaría que son pistas codificadas de alguna profecía del fin del mundo.
Hace ya mucho tiempo, demasiado la verdad, el español que hablamos en nuestro Chile y que recibimos como herencia de don Felipe II. Ercilla y Oña se encuentra sometido a un proceso de deconstrucción lamentable. Hemos llegado al extremo de reemplazar garabatos con siglas. A tal punto llega nuestra pereza en el empleo de la más civilizada y bella de las lenguas romances.
Todos tenemos algo de responsabilidad en ello. Cuando consentimos en la degradación de nuestro lenguaje, permitimos la decadencia de nuestra cultura. Ni más ni menos.
Desde el profesor básico que por flojera ya no revisa si el pequeño a su cargo tildó adecuadamente sus respuestas pasando por los medias de comunicación social, que difunden todo tipo de hartaremos y vulgaridades, hasta los que hemos sido distinguidos con mejor educación, que admitimos que los más jóvenes empleen en nuestra presencia tales expresiones y no nos molestamos en corregirlos, o aún peor, usamos las mismas palabras con el propósito de parecer más espontáneos o cercanos. Pero la espontaneidad no tiene por qué expresarse en forma zalla o vulgar. Se puede emplear nuestro hermoso idioma con respeto, sin falsos refinamientos, pero, como diría Quevedo, con sencillez que es elegancia. Nuestra tarea está clarísima.
Igualmente el listado tiene mucho que aportar. Y la mayor de las responsabilidades. Como alguien con mucho sentido común comentaba hace un tiempo; Si se ha permitido que en las programas educativos en vez de «Español», se enseñe «Comunicación oral y escrita», bueno, eso es lo que se ha logrado. Los niños y jóvenes se «comunican», pero ya no hablan español.
Si un ciudadano proveniente de España o México o incluso Argentina visitara nuestras tierras y leyera el encabezado de esta columna difícilmente lograría salir de su desconcierto. Por el contrario, cualquiera de nosotros ha escuchado recientemente hablar a algún inmigrante peruano o ecuatoriano y ha experimentado esa incómoda sensación de vergüenza, al apreciar cómo es posible hablar con propiedad nuestro noble lenguaje común. Parafraseando al Evangelio, nuestra lengua no está extinta ni muerta, sólo está dormida Es nuestra responsabilidad despertarla.