De modales y envilecimiento
La educación y los buenos modales han dado lugar a la procacidad y la ordinariez, camufladas de «espontaneidad» o «sinceridad». Los adalides de la vulgaridad han conferido legitimidad a lo «guachaca» condición que resulta hasta deseable y de inusitada popularidad.
Hemos llegado al extremo de la degradación lingüística: no sólo incluimos una cantidad insólita de garabatos en nuestro léxico habitual, sino que, como si nos faltara espacio para continuar la deconstrucción de nuestra noble lengua española, recurrimos a las siglas y abreviaturas de groserías para incorporar más basura en nuestras oraciones.
Bien se dijo en el pasado que la mejor forma de envilecer a un pueblo es corromper su lenguaje. Y si hemos de juzgar la veracidad de dicha máxima con la prueba que nos aporta la realidad chilena, no podremos sino concordar completamente con la misma; nos hemos envilecido.
¿Hay algo que podamos hacer para revertir tan perversa condición? Sí.
¡definitivamente! Pero ello requiere de un hercúleo esfuerzo colectivo que deberá llevarnos a volver a enseñar a los niños pequeños los olvidados modales.
Partiendo por la forma adecuada de usar los cubiertos en la mesa, para evitar las penosos espectáculos de jóvenes y no tan jóvenes que se alimentan con los modales de Enrique VIII.
Igualmente cultivar en los pequeñitos el gusto por lo bello y noble. Que se conmuevan por una pintura de Velázquez, antes que por un horripilante gmlfiti callejera Enseñarles que Bach y Vivaldi son infinitamente más valiosas que el reggaeton. Actuar con el ejemplo utilizando adecuadamente la corbata. sin que esta prenda cuelgue descuidadamente sin estar debidamente ajustada.
Fomentar el gusto por la cortesía y la modestia en el lenguaje. Valorar el silencio en vez del ruido constante.
Saludar con gentileza y sin falsas familiaridades. FJ emplear de las buenas maneras tantos con los pares y los humildes.
Algunos dirán que es una pelea perdida Disentimos. Son muchas las ocasiones en que a un período de degradación cultural, como el nuestro, le ha sucedido uno de florecimiento y más civilización. A eso tenemos que aspirar.
Comencemos por educar a nuestros hijos en esas viejas peno nobilísimas palabras: «Por favor» y «Gracias».