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UDD en la Prensa

De la plebeya República

 Eduardo  Andrades Rivas
Eduardo Andrades Rivas Profesor Facultad de Derecho CCP

Hubo un tiempo en que nuestro Chile fue una sociedad más articulada: el Chile pobre y sencillo de nuestras abuelas, que rezaban porque sus nietos fuéramos temerosos de Dios honestos y patriotas: el Chile en el que nuestros colegios nos formaban sin teorías constructivistas que deconstruyen todo lo sensato, pues nos educaban aristócratas con vocación de profesores, social y moralmente superiores; en fin. cuando nuestras madres nos enseñaban el valor de los buenos modales, las maneras en la mesa, el que los caballeros no se sacan nunca la chaqueta en público, ni menos en un matrimonio, el que jamás se debe apuntar al interlocutor con el dedo ni menos elevar la voz con alaridos estridentes, un tiempo en que se daba valor a esa hermosa y modesta palabra: cortesía. l-a cortesía, es ese precioso don que Dios brinda a la civilización, la creencia en que existe un orden natural, una jerarquía de la virtud que se funda en la nobleza.
Es cierto, ella proviene de un inundo que parece haber desaparecido. el mundo de los caballeros y de la Monarquía que fundó nuestra patria. De corteses y humildes servicios la vida social se hace más grata, el corazón del hombre se serena, el bálsamo de la cortesía lo inunda todo con su aparato de buenas maneras y sonrisas amables. Algunos dirían que defender todo esto es incompatible con la existencia de la República. Ella postula el supuesto dogma de la igualdad con lo que la sociedad basada en la cortesía no puede tener lugar. Un ramplón igualitarismo con las manos untadas en salsa de tomate y mugre sería inevitable a aquella. ¿Pero hemos de resignarnos a que la República sea el hogar de actitudes plebeyas y vulgares? Admítasenos discrepar.
Existe un rotundo ejemplo en contrario. Fue durante los tiempos de esta ramplona república que nos rige, cuando los chilenos nos convertimos en el pueblo más limpio del hemisferio. Fue bajo este orden republicano que la higiene personal se volvió virtud universal en nuestros compatriotas. ¿Porqué 110 restauraren nuestra juventud y en la sociedad toda la cortesía que una vez nos caracterizó? En ello tenemos grave responsabilidad los que recibimos esas virtudes de nuestros mayores. Debemos luchar por restaurar la vocación por la excelencia.  De no ser ello posible, habremos de admitir que la vulgaridad y el plebeyismo están indisolublemente unidos a la República y si eso fuera efectivo, entonces, ¿para qué mantenerla? Tal vez sería momento de volver nuestra mirada a la Monarquía que fue la cuna de nuestra sociedad.

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