De abortos y mentiras
Hace pocos días atrás contemplamos el verdadero rostro de los tolerantes defensores de los derechos de la mujer, una horda de bárbaros hotentotes dispuestos a quemar y profanar una Catedral. Nos recordaron el saqueo de Roma por los vándalos. Sin Dios ni ley, esa es su simple consigna.
Pero el origen de su lucha es mucho más mezquino y conviene repasar un par de aspectos de la misma para mantener la claridad de mente y que no se nos anestesie con el ruido ensordecedor de sus diatribas. Desde que los promotores del negocio de la muerte de niños obtuvieron la legalización del aborto en EE.UU. en 1973, su extensión a todo el mundo occidental ha estado repleta de mentiras y falsedades.
La primera fue la que permitió engañar a los jueces estadounidenses: La reclamante del aborto Sra. McCorvey afirmó que había sido violada. Años más tarde reconoció que todo era mentira. En otros países, como hace poco en Irlanda, hemos visto otros casos de supuestas violaciones que al final resultan ser maquinaciones mejor o peor organizadas por los promotores del aborto.
Otra táctica favorita es la falsificación de las estadísticas: Si tengo 2.500 abortos clandestinos al año, entonces los multiplico por 100 y hablo de 250.000. Una de las ventajas de dominar la aritmética es que cualquiera puede darse cuenta de que si la cifra fuera cierta, teniendo presente la cantidad de mujeres en edad fértil en Chile y las tasas de embarazo reales, para obtener esa cantidad de embarazos todas las mujeres chilenas deberían tener al menos tres relaciones sexuales diarias con distintas parejas para lograrlo. Matemáticas básicas.
No nos engañemos, aparte del odio y el desprecio por los demás que ha quedado de manifiesto en los autores del atentado de la Catedral, hay sólo un argumento, una sola causa real por la que su lucha se justifica, pero jamás podremos escucharla de sus propios labios, y es que el aborto, pagado por los impuestos de los contribuyentes, es un magnífico negocio.
Los estudios apuntan a que la práctica de la muerte es tan lucrativa que genera ingresos de miles de millones de dólares al año, como bien lo pueden atestiguar, en España las clínicas del doctor Morín, o los abortos fiscales pagados por el gobierno de EE.UU.
Es de agradecer que los promotores del aborto entre nosotros, por una vez, abandonen su máscara sentimentaloide de defensa de la mujer y se muestren como realmente son. No olvidemos los rayados en el altar de la Catedral de Santiago la próxima vez que veamos sus lágrimas de cocodrilo en público.