¿Cuándo son útiles las primarias?
Las primarias presidenciales pueden ser un buen instrumento para aumentar la participación tanto de los militantes de un partido (o coalición de ellos) como de sus simpatizantes.
También permiten generar lo que podríamos denominar cambios en el ánimo interno, generando sensaciones de mayor confianza y fuerza en el electorado proclive a una coalición o colectividad.
No obstante, al final de cuentas, su objetivo es el de identificar al postulante que representará, en la respectiva elección, al sector. En tal sentido, les permite a las directivas políticas resolver el problema de selección del candidato presidencial. Pero, para que ello ocurra deben cumplirse ciertas condiciones: veracidad y efectividad; es decir, credibilidad y claridad por un lado, y realismo, por otro.
Así por una parte, debe existir cierto grado de incertidumbre; vale decir, deben brindar un razonable nivel de competencia interna. Ello significa que el resultado no puede saberse a priori.
Una primaria que se defina por márgenes de 70/30 no cumple con esta condición puesto que termina por hacerse poco útil y pasa a transformarse en una suerte de profecía autocumplida. Y es que aun pudiendo servir como instancia de legitimación, la verdad es que cuando se dan márgenes de esta magnitud el uso del mecanismo tiene muy poco que aportar.
Así, una primaria en la que todos los precandidatos, excepto uno, son meramente testimoniales o de adorno no parece muy creíble. Ciertamente se podrá decir que el solo hecho de admitir la mayor cantidad de candidatos asegura la competencia, pero en estricto rigor esto no necesariamente es así.
De hecho, una colección de candidatos del 1% enfrentando a otro del 70% dice muy poco. Pero además no está cumpliendo su propósito. Más aún, podría decirse que el excesivo número de postulantes puede estar reflejando otra realidad: que distintos actores estén utilizando la primaria con propósitos diferentes a lo que se busca con ella.
Por ejemplo, como plataforma para otras elecciones. En relación con esto último, existe otra condición que debe cumplir toda elección primaria presidencial: que quienes compitan tengan posibilidades reales de ganar en las elecciones o al menos conseguir un nivel de adhesión razonable en la competencia final. La razón es muy simple: el objetivo final como se mencionó, no es ni competir ni ganar la primaria propiamente tal, sino que ganarla para demostrar que se es competitivo en las elecciones presidenciales.
Existen otros instrumentos, las encuestas, para evaluar a los candidatos antes de las primarias, con el propósito de conocer tanto las preferencias de los militantes como de los simpatizantes y asimismo las del electorado en general, y de esa forma conducir el proceso de competencia y deliberación interna, para seleccionar a los candidatos reales y evitar candidatos con pocas posibilidades o que buscan otros objetivos.
Se podría objetar que, al limitar el número de participantes, se estarían limitando también la participación y democracia interna. Sin embargo, esto no es así, puesto que lo que se busca es resolver el problema de cuál es el mejor candidato presidencial y no cuál es el mejor candidato en una interna.
Ciertamente en este punto puede haber discrepancias entre las preferencias del electorado militante y el electorado general, al punto que lo que prefieren los primeros no sólo sea distinto sino que con pocas o ninguna posibilidad de alcanzar un buen desempeño en una elección presidencial.
De ocurrir esto, ciertamente nos encontramos frente a un problema más complejo, el que las primarias no resuelven, pues no están diseñadas para ello. La importancia de tener en cuenta ambas consideraciones —la competitividad interna de los candidatos y la competitividad o posibilidades reales de ganar la presidencial— radica en que de este modo las primarias terminan siendo un instrumento veraz y efectivo.