Cuando se gobierna, menos es más
Algunos creen que el futuro de las personas depende esencialmente de lo que el Estado puede hacer. Este supuesto, que está metido en el ADN de muchos, provoca que los gobiernos prometan y prometan nuevas leyes y regulaciones, tratando de dar la señal de que se trabaja en dar prosperidad a todos. Se diseña el progreso en las oficinas y mentes de algunos, cuestión que se traduce en un sinnúmero de proyectos de ley. Los gobiernos se ponen cada vez más creativos y se entra así en un frenesí legislativo. Se genera la falsa sensación de que será el parlamento a través de estas nuevas normas el que producirá el desarrollo, cuestión que logrará por mero decreto. Entonces sólo nos resta esperar tranquilos la promulgación de estas leyes, ya que éstas resolverán todas las injusticias y problemas que hoy impiden a los ciudadanos progresar. ¿Suena conocido? Nada más alejado de la realidad, ¿cierto? Todas estas leyes hiper sofisticadas terminan más bien por dificultar el progreso.
Lamentablemente la función de gobernar se va desvirtuando y en vez de entender ésta como la de administrar el funcionamiento del país para que las personas puedan alcanzar sus sueños y desarrollarse entramos en una carrera legislativa poco racional. Se nos vende la falacia de que si somos pobres es por la falta de regulación.
El desarrollo depende esencialmente de las personas, las que en definitiva con su trabajo y esfuerzo de cada día, con el uso de sus talentos y la persecución de sus sueños, pueden caminar hacia el tan anhelado progreso personal, que trae consigo el progreso social. El gobierno debería ser un espectador y no un actor, jugando un rol mucho más centrado en lograr las condiciones para que las personas puedan desarrollarse y luchar por sus sueños, para que puedan ejercer su libertad con menos obstáculos. Esto es un trabajo mucho más simple y claro para un gobierno que lo que intentan hacer actualmente. No se trata de decretar el progreso, sino que permitirlo.
Un buen gobierno debería estar trabajando por ejemplo en ofrecer seguridad a sus ciudadanos. Concentrar esfuerzos, gestión y recursos para lograr las condiciones para que los verdaderos derechos, aquellos inherentes a la naturaleza de las personas sean resguardados. El derecho a vivir en paz y no ser violentado, el derecho a querer perseguir los sueños personales y no ser limitado, el derecho a usar los talentos y trabajar en pos de conseguir un mejor nivel de vida sin ser expropiados. Un gobierno preocupado por el progreso debería legislar y gestionar siempre pensando cómo hacemos la vida de las personas más fácil, cómo ponemos menos trabas a la creatividad personal, cómo disminuimos las limitaciones al ejercicio de la libertad. Esta mirada, mucho más simple y fácil de medir, es casi antagónica con lo que observamos crecientemente en los gobiernos, que más bien se dedican a regular, limitar y decretar el progreso.
Volvamos a lo básico y luchemos por gobiernos simples, concentrados en su deber principal. Lo demás, dejémoselo a las personas y la sociedad civil. Gobiernos que hagan menos pero mejor, serán gobiernos que en definitiva estarán haciendo más y estarán cumpliendo con su verdadera misión que es permitir el desarrollo de las personas y el consecuente progreso social.