Crisis de fecundidad: una pandemia de alcance global
Este año nacieron dos nuevos integrantes de mi familia, completando así once nietos; nada de mal al considerar que sólo tengo tres hijos. Cuando les comento a mis amigas, varias me dicen: “qué suerte más grande, los míos difícilmente me harán abuela”, o “mi hija (de 38 años), aún lo sigue pensando”. Esto podría ser una mera anécdota personal, pero desafortunadamente refleja una realidad preocupante. Hay algunos jóvenes que no están interesados en tener hijos y otras piensan que con los avances de la ciencia actual, basta con desearlos para lograr un embarazo en un futuro lejano.
Tal como lo muestra el último Boletín del INE, en Chile la tasa de natalidad ha experimentado un alarmante descenso, marcando una caída de 21,4% respecto a mayo de 2023, y de un 28,4% si comparamos junio del 2024 vs junio del 2023. Hace tiempo que estamos lejos de la tasa de reemplazo, que se considera que es de 2.1 hijos por mujer. En efecto, datos de Chile muestran que el promedio de hijos por mujer es de 1.3, situándonos a nivel de países desarrollados. Estudios epidemiológicos a nivel global señalan que las tendencias continuas de un mayor nivel educativo de las mujeres y mejoras en el acceso a anticonceptivos acelerarán el descenso de la fecundidad y ralentizarán el crecimiento de la población. Tal como lo señala dicho estudio, una tasa global de fecundidad que sea de manera sostenida inferior al nivel de reemplazo en muchos países, incluidos China y la India, tendría consecuencias negativas a nivel económico, social, medioambiental y geopolítico.
En este sentido, las opciones políticas para adaptarse a una continua baja de la fecundidad, al tiempo que se mantiene y mejora la salud reproductiva femenina, serán cruciales en los próximos años. Para abordar esta crisis, es crucial considerar políticas públicas que apoyen a las familias y creen un entorno favorable para tener hijos.
A modo de ejemplo, debe haber apoyo económico directo a las familias, mediante subsidios y ayudas (por ejemplo, rebajar de la tasa impositiva lo que se invierte en educación o salud; proveer de subsidios por cada hijo, o bonificaciones por tercer y cuarto hijo); fomentar un acceso a vivienda asequible (subsidios o préstamos con condiciones preferenciales si se tienen hijos); mejorar las políticas de conciliación laboral y familiar, incluyendo flexibilidad laboral y promoción del teletrabajo o jornadas reducidas para padres y madres de niños pequeños, sin penalizaciones salariales ni de carrera. De manera muy importante, debe haber acceso universal a servicios de cuidado infantil, mediante guarderías públicas o subvencionadas de alta calidad, a precios accesibles o gratuitos, reduciendo así el costo de crianza para las familias. También se podría promover que los tratamientos de fertilidad estén completamente cubiertos por sistemas de salud pública o seguros.
Estas políticas podrían contribuir a revertir la tendencia de baja natalidad al reducir las barreras económicas y sociales que enfrentan las familias al considerar tener más hijos.
Si bien el Estado puede promover estas y otras políticas pronatalidad, tal vez la pregunta más de fondo es entender por qué algunos jóvenes no se proyectan con hijos. Concordante con esta interrogante, un reciente estudio elaborado por el Instituto Nacional de la Juventud, señala que de las personas jóvenes que no quieren tener hijos o hijas (42% del total), dos de cada tres declara que el cambio climático sí ha influenciado en esta decisión. ¿Estaremos acaso entregando un mundo amenazante, que no merece ser vivido por nuestros futuros descendientes?