«Crecer cero» como política pública
El crecimiento económico es indispensable para la superación de la pobreza y el presi dente Boric no parece advertirlo o derecha mente no lo cree, aun cuando insiste en que los más necesitados son el foco de su gobierno. La disputa política monopoliza su narrativa, y su programa evidencia una alarmante falta de interés por adoptar las medidas necesarias para promover el crecimiento, algo que todos los expertos coinciden que requiere de compromisos y transformaciones profundas.
En su último informe de Política Monetaria, el Banco Central confirmó lo que a estas alturas parece ya un resultado irreversible: en el mejor de los casos, Chile cerrará 2023 sin crecimiento, y, en el peor, decreciendo un 0,5%. Al respecto, y aun cuando es lamentable que el mejor escenario para este año sea “crecer cero”, concordamos con quienes desdramatizan la cifra. Ella, a fin de cuentas, es el resultado de un proceso de estabilización frente a tasas de crecimiento desorbitadas de años anteriores, y, por lo mismo, insostenibles. Pero esta desdramatización del resultado 2023 no alcanza para aplacar la preocupación que generan las magras proyecciones de crecimiento que se han advertido para Chile si el asunto no se aborda con decisión y mirada de futuro. En efecto, economistas de variadas orientaciones han centrado la relevancia del análisis sobre el crecimiento de tendencia, mencionando, por ejemplo, que Chile presenta serios problemas en materia de productividad, asociados a una deficitaria formación tecnológica y a un mal manejo del sistema educativo tanto escolar como universitario, todo ello agravado aún más por factores coyunturales como el Covid.
Por su parte, el propio Banco Central proyectó que la capacidad de crecimiento de la economía chilena (PIB tendencial) para los próximos diez años alcanzaría un 2,1%, que se reduce a un discretísimo 1,5% al descontar el crecimiento poblacional. Para revertir esta exigua proyección, sería indispensable que el Gobierno actuara con decisión para impulsar incentivos al ahorro y al empleo formal, y promoviera medidas para dinamizar nuestra estancada productividad. Se trata, en buenas cuentas, de revertir la evolución negativa de aquellos supuestos que determinan las escuetas proyecciones de PIB tendencial.
La agenda del Gobierno, por el contrario, destaca por un fuerte compromiso ideológico, en donde la preocupación por el crecimiento (de veras, no una preocupación meramente reactiva) brilla por su ausencia. Centrada en la confrontación política, insiste porfiadamente en llevar el debate público al ámbito de la polarización de la historia. En materia económica, se empeña en promover reformas cuyos diseños no parecen considerar al crecimiento como un asunto a salvaguardar, y, en cambio, continúa hipnotizado por recetas que la evidencia muestra latamente como fracasadas. Este “desinterés por crecer” permite augurar un Chile estancado en el mediano plazo, porque el Gobierno no gestiona los cambios necesarios para cosechar resultados a futuro. Pero, más gravemente aún, el desdén del Presidente por el crecimiento es en sí mismo un factor de contracción. Su desafección por crecer genera una expectativa decrecentista… Arthur Seldon define la expectativa como “la actitud hacia el futuro que influencia decisiones en el presente”. Cuando el Gobierno omite actuar por el crecimiento, no sólo omite, sino que opta por el estancamiento, y, lamentablemente, lo ejecuta como política pública in actum.
Por Fernanda García y Patricio Órdenes, Faro UDD.