Constitución, plumas y democracia
Un libro publicado hace dos años por la historiadora británica Linda Colley con el sugerente título “The Gun, the Ship and the Pen. Warfare, Constitutions, and the Making of the Modern World” (“La pistola, el barco y la pluma. Guerra, constituciones y la creación del mundo moderno”) entrega un interesante recorrido sobre muchos proyectos constitucionales en diferentes partes del planeta, entre mediados del siglo XVIII y comienzos del XX. Su lectura no solo invita a reflexionar acerca de la relevancia que tiene una Constitución para el resguardo de la democracia, sino también sobre algunos aspectos relacionados con el proceso en curso en Chile.
Lo primero que llama la atención es la disparidad de las constituciones en cuanto a inspiración, origen, forma y fondo. Mientras los conflictos bélicos parieron algunas, otras nacieron como un primigenio y entusiasta copy/paste favorecido por la imprenta, el transporte y las comunicaciones. Unas fueron efímeras, otras duraderas. Si algunas más bien parecían proyectos utópicos, otras se alzaron como soluciones a problemas concretos. En otras palabras, la historia parece enseñarnos que no hay un texto perfecto ni un momento ideal para crearlo, sino que las constituciones son hijas de su tiempo, y normalmente recogen sus propias experiencias con miras al futuro.
Por otra parte, Linda Colley también dedica algunas páginas a las constituciones latinoamericanas nacidas al calor de los movimientos de independencia. Según su parecer, el excesivo número de propuestas revela que las armas triunfaron allí donde la pluma falló. Siguiendo con esta analogía, cabe preguntarse por las plumas que escribieron las últimas constituciones chilenas.
La de 1925 estuvo en las manos de una comisión consultiva nombrada “a dedo” por el Presidente Alessandri y compuesta solo por hombres, muchos de ellos abogados de profesión; mientras que la de 1980 fue redactada por una comisión en la que participaron unos once abogados, dos de ellos mujeres. Por su parte, la comisión encargada de elaborar el proyecto a plebiscitarse este 17 de diciembre se empeñó desde un inicio en dejar “las armas” de lado para evitar que se repitiera el ambiente hostil en el que se realizó el fallido proyecto anterior. Pero es en la pluma donde encontramos una de sus características más notorias, ya que por primera vez en la historia constitucional chilena se optó por un mecanismo orientado a “compartir la pluma” de manera que estuviera equilibradamente en las manos de la experiencia y el conocimiento, de la representatividad y de la paridad de género. En consecuencia, nunca antes un proyecto constitucional había tenido un origen tan democrático, con un equilibrio entre expertos y ciudadanos electos.
Por último, en relación con la relevancia que tiene una Constitución para regular a una sociedad, permitir su avance y evitar asperezas entre sus miembros, Colley argumenta que la guerra civil estadounidense se explica, en parte, por los silencios de la Constitución de 1787 respecto de la esclavitud, un tema tan sensible como importante. Si bien en América Latina suele creerse que todos los problemas pueden solucionarse si se ponen en el texto constitucional, cabe preguntarse si existe en el proyecto a plebiscitarse el próximo 17 de diciembre algún silencio significativo. Es cierto que los expertos dejaron algunos vacíos que el Consejo tuvo que llenar con las herramientas democráticas prefijadas. Pero también es cierto que el proyecto no evita algunos de los problemas más complejos que tenemos hoy como sociedad, tales como la seguridad, la ingobernabilidad o la inmigración. También incluye otras materias de interés ciudadano, como el tema de los cuidados y de la conciliación entre familia y trabajo, la educación pública y la paridad de salida transitoria.
Como sea, aunque algunos hubiesen preferido una más minimalista y otros una más florida como el proyecto anterior, no hay duda de que el proceso ha sido indiscutiblemente democrático y ahora solo falta que los ciudadanos acudamos a las urnas. Cualquiera sea el resultado, y pensando en el bienestar del país, es la clase política la que deberá dar signos de madurez y comprometerse a respetar la Constitución que los chilenos escojan y a respetar las reglas que ellos mismos fijaron. Hay mucho que hacer por el país como para seguir arrastrando este proceso que ya lleva cuatro años.