Consejo de Observadores
El Consejo de Observadores, con su competencia prácticamente decorativa, y sus indudables buenas intenciones, no hará más que una sola cosa. Lo que todo Chile sabe: avalar que el proceso constituyente termine en la política de la alcachofa: sacar una y otra vez cada hoja… hasta que no quede nada. Es lo que van a hacer, al fin de cuentas, con la Constitución de 1980.
Todo esto me parece una impostura. Primero, la actual Constitución convertida en la fuente de todos nuestros males, en la caja de Pandora de la República. Como si el país no se hubiera desarrollado bajo sus contornos. Como si la condición de Chile fuera la de un catecúmeno que recién ahora aspira a convertirse en democracia.
Y la nueva Constitución que no existe, la Constitución imaginaria, convertida en tótem, fetiche, o caja de deseos. De ella podemos hablar maravillas mientras no tengamos que definirla. Porque en ese mismo momento, cuando hablemos en serio, cuando tengamos que precisar su contenido, y verterlo en lenguaje técnico jurídico, se va a acabar la fiesta. ¿Qué vamos a regular? ¿Qué vamos a reconocer? Papel en blanco. O términos medios. Porque el feliz encuentro no se va a producir.
Enuncio solo algunos temas: estatuto de la propiedad, noción de libertad, alcance de la igualdad, subsidiariedad, solidaridad, respeto por la vida en el seno de la madre, rol del Estado, libertad religiosa, modelo económico, y un gran etcétera.
Más allá de seguir con la política de la alcachofa, no veo nada más. Salvo la invitación a transitar de lleno por el camino de la incertidumbre.