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UDD en la Prensa

Climate Trump

La evidencia científica acerca del calentamiento global es innegable. El quinquenio 2011-2015 ha sido el más caluroso del último tiempo, siendo este 2016 el primer año en el cual no caemos de un grado de diferencia en relación al año base. Aumento en el nivel de los océanos, cambios graduales en su temperatura y el blanqueamiento de corales debido a los incipientes cambios químicos que estos han empezado a sufrir, son sólo los primeros síntomas de una enfermedad mayor y que anecdóticamente posee solución técnica, pero al parecer no política.
En este marco se inició la Conferencia de las Partes o COP22, a un año de su predecesora (COP21) en la cual los países se comprometieran a limitar sus emisiones para evitar el aumento de temperaturas por debajo de los dos grados centígrados, e incluso limitarlas a 1,5 grados en comparación con la era preindustrial. Sin embargo, el ambiente no fue lo mejor.
Días previos al inicio de COP22, las Naciones Unidas dieron a conocer la última evidencia global: los cambios climáticos esperados al futuro han empezado a manifestarse ya, y en donde si se mantiene el ritmo de reducción al día de hoy, será imposible alcanzar las metas comprometidas para evitar el colapso global. A pesar de ello, lo peor estaba por venir: los resultados de las elecciones americanas que situaban a Trump a cargo de una de las naciones de mayor injerencia en contribuir al cambio climático.
En este contexto, la nube negra del «Clima-te Trump» comenzó a hacerse más oscura cuando las primeras de sus nominaciones fueron realizadas en departamentos relacionados a temas ambientales, las cuales cayeron en manos de creacionistas y abiertamente escépticos del calentamiento global, sumado a la llegada de miembros de los directorios de empresas relativas a la producción de combustibles fósiles a cargos de gobierno. No obstante, la incertidumbre per se no provino de la ya obvia negación y contribución a participar de parte del país del Norte, sino a que su falta de cooperación impondrá mayores desafíos para el resto de los países que sí desean seguir avanzando. Esto se suma a la incertidumbre de lo que podría pasar en las elecciones a nivel europeo, un continente en el cual administraciones similares a la de Trump podrían seguir extendiéndose, adoptando similares posturas.
Así, ¿desde dónde podrían venir las buenas noticias? Aunque parezca extraño, desde el que se considera el país con mayor resistencia, China. El gran coloso asiático ha dado muestras de su pragmatismo y posibilidades – que en este escenario se podrían dar – de convertirse no sólo en líder de generación de nuevas tecnologías, sino en la nueva «factoría» verde del planeta. Este año 2016 ha cerrado más de 1.000 plantas a carbón que se sumaron a plantas de fabricación de cemento hace un par de años, generando un impacto insospechado; la reducción en intensidad de emisiones en relación a años anteriores. Si esto sigue así, China podría ser la gran sorpresa.
¿Qué escenarios están proyectando en China que Rusia, India y Estados Unidos no están viendo? Una revolución que ya se inició y que no tiene vuelta atrás. Por más escépticos que lleguen al poder, el mercado de las nuevas tecnologías se mueve hacia delante en materia de eficiencia, generación y almacenamiento de energía, no retrocediendo por más que baje el valor del barril de crudo. En este escenario, las posturas de la administración Trump pueden ser sólo un paréntesis en una vorágine que ya se ha iniciado. Las malas noticias son que la obcecación de los detractores no hace nada más que ralentizar la reducción de emisiones, incrementando el riesgo de llegar al punto de no retorno, aquel punto en el cual el sistema Tierra en vez de amortiguar los cambios, los acelera, los intensifica y los vuelve irreversibles. Por lo tanto, en vez de mirar siempre a la administración de Trump, creo que las miradas deben cruzar a China, un gigante que por lo menos a nosotros nos interesa en materia comercial y que más de una sorpresa nos pudiera aportar.