Civilidad
Las marchas en Brasil, Turquía y nuestro país dan cuenta de un estado de ánimo global de disconformidad. Para algunos agoreros, esto sería la crisis del sistema capitalista occidental; otros lo vemos como «dolores de crecimiento» propios de sociedades emergentes, que luego de vivir procesos dramáticos de modernización, comienzan a tomar conciencia de aquellos aspectos relegados o pendientes en el esquivo camino al desarrollo.
Esta toma de conciencia se manifiesta primero en frustración, evoluciona en movilizaciones ciudadanas luego se articula en demandas específicas y terminará gatillando reformas políticas y sociales para corregir las fallas y avanzar hacia una sociedad más justa. En este camino, la ciudad no sólo es reflejo de estas frustraciones -particularmente, en sociedades como la nuestra, tan segregadas como sus barrios-, sino también se establece como el escenario desde el cual se articulan estos cambios.
No es casual, entonces, el creciente número de marchas que hemos vivido en el último tiempo, particularmente en la capital, donde este año la Intendencia Metropolitana ya ha autorizado cerca de una treintena de ellas. Si bien los medios tienden a mostrar aquellas que por su carácter contingente o político son más llamativas, numerosas, o se ven afectadas por la acción cobarde de los encapuchados, la mayoría son pacíficas como la reciente marcha por la igualdad de género o el acto por la legalización del consumo de marihuana.
Las marchas y movilizaciones son la manifestación más clara de que vivimos en un régimen democrático y pluralista, donde todos tienen derecho a expresar sus posiciones, y pese a la deplorable acción de los encapuchados y las enormes pérdidas que generan a los municipios, vecinos y comerciantes, no podemos abdicar ante el miedo, evitar expresarnos ni entregarles nuestra ciudad. Algunos creen que la única forma de contener o encausar estas expresiones es con mayor control policial o identificación preventiva, pero la experiencia internacional indica que no es suficiente. En lugar de fortificar, blindar o entregar la ciudad a las fuerzas de la violencia, la solución está en activar el espacio público, cargarlo de vida y sentido, de manera que se imponga la corresponsabilidad y el control social por sobre el policial.
En este contexto, hay que destacar la iniciativa del Presidente Piñera que en lugar de negar la ciudad a estas expresiones de vida republicana, ha decidido renovar y abrir el barrio cívico de Santiago como plataforma para esta nueva civilidad.
Un plan que se inició recuperando las fachadas y construyendo los edificios Moneda Bicentenario y Cocheras en los eriazos contiguos al Palacio de La Moneda. Hoy avanza con el inicio de las obras de amplia ción y extensión de la Plaza de la Ciudadanía, y culminará con la Instalación de la última primera piedra del eje Bulnes, casi un siglo después de su inicio, coronando las obras del legado Bicentenario.
Si bien para algunos estas obras significarán molestias o gastos innecesarios, son símbolo de un Estado y una sociedad que, pese a las diferencias propias de la democracia, valora lo que con tanto dolor hemos logrado, reniega de entregar la polis a minorías antisistémicas y es capaz de construir espacios para el cultivo de una vida cívica y republicana.
Hay que destacar la iniciativa del Presidente Piñera, que ha decidido renovar y abrir el barrio cívico de Santiago como plataforma para esta nueva civilidad que vive el país.