Ciudad y cementerios
La muerte y lo que ello significa para un ser pensante que deja de existir y en consecuencia la no trascendencia del espíritu, ha asustado a la humanidad desde sus orígenes. A lo largo de casi 100.000 años del Homo Sapiens, hemos creados múltiples creencias y religiones que nos sirven de alivio y esperanza para enfrentar lo desconocido que significa la muerte. Los cementerios como hechos físicos representan esta situación, ya que han ido de la mano con el hombre y en consecuencia con los lugares que habita.
Desde la prehistoria que constituye el tiempo nómada por excelencia, hasta la era sedentaria donde comienza a conformar su lugar de residencia permanente tendrá que pensar dónde dejar los restos de los seres queridos. En un comienzo, los cementerios se ubicarán en la periferia urbana, pero el crecimiento demográfico y urbano terminó por incorporar a estos a la trama urbana de la ciudad.
Es este punto el que permite diferenciar los procesos evolutivos de una sociedad que es o no capaz de aceptar este hecho inexorable. Será entonces responsabilidad de quienes nos gobiernan intelectual y políticamente, el establecer una relación cotidiana, sana y sin temor entre la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos. Sin duda lo que más atesora el hombre son los restos mortales de sus antepasados y la posibilidad de perpetuar su memoria de generación en generación.
En el caso latinoamericano el mejor ejemplo es el Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, Argentina. Famoso cementerio ubicado en el distinguido barrio de la Recoleta diseñado por Próspero Cateliny en donde se encuentran sepultadas el mayor número de personalidades del país, paseo turístico obligado de los bonaerenses y turistas que llegan a la capital. Otro cementerio de fama mundial es el cementerio del Pfere Lachaise diseñado por el arquitecto neoclásico Alexandre Théodore Brongniart, que recibe casi dos millones de visitas al año y donde están enterrados personajes famosos como: Cyrano de Bergerac, Oscar Wilde, Chopin Édith Piaf y Jim Morrison.
Uno de los mausoleos más hermosos que me ha tocado conocer es el del cuerpo de bomberos de la ciudad de Chillán, un magnífico ejemplo de cómo entender la muerte a partir de la abstracción y realismo objetual de un ataúd.
En el caso de nuestra ciudad de Concepción, y como parte de un crecimiento histórico poco planificado, el cementerio general, aun cuando dentro de la ciudad se encuentra escondido detrás de conjuntos habitacionales, lo que impide verlo y en consecuencia incorporarlo en nuestro imaginario de ciudad. El simple hecho de salir desde Av. Arturo Prat para entrar por calle Almirante Riveros para llegar al cementerio, se transforma en una odisea. Ninguna posibilidad para el que no se ubique en la ciudad. Este simple hecho de llegar dignamente a él, nos sitúa justamente como una sociedad que está atrasada con respecto a la importancia de temas sociales como éste.
Detrás del cementerio, y que hoy es su delante, se encuentra el Cementerio Parque, nombre que se le pone al carecer de mausoleos sobre el suelo. Con vista al río y como frontera dura, este limita con la Costanera, lo que hace inaccesible peatonalmente, o sea se puede ver desde el auto pero urbanamente no se puede acceder desde la trama tradicional con veredas, lo que lo hace inaccesible para los ciudadanos.
Volemos al inicio, los cementerios deben verse y usarse por la sociedad como hechos propios de la vida cotidiana.