Caída “libre”
El pasado 19 de septiembre se publicó el informe del Instituto Fraser de Canadá sobre Libertad Económica. El estudio mostró una nueva caída de la competitividad de la economía chilena en esta medición anual: en esta oportunidad, Chile cae seis puestos hasta llegar al lugar 30, lo que a estas alturas no resulta novedoso y consolida tres años de caídas consecutivas bajo este indicador.
Lo que sí es “nuevo” es que éste es el peor rendimiento de nuestro país en el índice desde que existe registro, y sobre todo, el hecho de que este desempeño termina por arrebatarle a Chile el liderazgo regional que había logrado retener desde 2003.
A estas alturas, la caída chilena no es disputada por nadie ni constituye noticia. Tampoco suscita como otrora el interés público más allá de los expertos, por entender las causas y el desglose del peso relativo de los factores medidos que contribuyen al desplome.
Este desinterés generalizado (real o aparente) puede obedecer al menos a dos razones. Primero, Chile cae (casi de manera uniforme), bajo todos los índices, de todos los organismos, y en todos los parámetros de medición, de manera sostenida e indisputada: en libertad económica, según Fraser (septiembre 2023); en calidad institucional, dice Relial (mayo 2023); en el ranking de competitividad global que hace del Institute for Management Development (junio de 2022), etc. No hay debate sobre el diagnóstico. Segundo, nadie parece sorprenderse ni interesarse por “entender” mayormente las causas de las caídas, porque ellas parecen “de manual”. Aumento de impuestos, diseños de reformas de pensiones con impronta colectivista, inseguridad jurídica en materia de propiedad e inversión, inestabilidad institucional, y desinterés en la narrativa de quienes conducen la economía por enmendar el rumbo de sus acciones. En otras palabras, nadie está sorprendido de los magros resultados, y peor aún, todos parecemos más bien temerosos de escucharlos, casi como prefiriendo no saber. Parecido a haber gozado de un rico menú de Fiestas Patrias tras el cual es mejor no pesarse, no al menos hasta empezar la dieta otra vez.
Si se revisan las publicaciones de noticias y prensa de los últimos años en materia de pérdida de competitividad económica, calidad institucional e incluso bienestar ciudadano en nuestro país, es posible advertir cómo una y otra vez académicos, gremios, y distintos actores del mercado local e internacional, advierten sobre las recetas y sugerencias para revertir la caída tendencial: innovación y educación como reformas sustantivas que promuevan crecimiento de mediano y largo plazo, modernización y eficacia estatal, propiedad privada e inversión, certeza jurídica y capacidad de cerrar el proceso constitucional de manera sensata y con sentido de unidad país, en fin.
Estas recetas no han sido escuchadas ni aplicadas: han sido ignoradas y aún más, acusadas de fatalistas. Hoy, no sorprenden los resultados, y nada hace prever que ellos vayan a revertirse.