Brava
Escribo esta columna luego de haber visto el primer capítulo del docurreality “Brava”, emitido por TVN, el cual da un crudo relato de la experiencia de la conocida animadora Claudia Conserva, en relación con el diagnóstico y posterior tratamiento de su cáncer de mama. En palabras de Claudia “compartir parte de mi intimidad y mostrar cómo se vive esta enfermedad, tiene como objetivo sensibilizar y movilizar a las mujeres a hacerse los exámenes a tiempo, cada año”.
En este sentido, pareciera que sólo hay que agradecerle este testimonio y la ayuda que puede brindar a personas con igual diagnóstico. Sería de mal gusto criticar la forma en que cada individuo decide comunicar su enfermedad; para algunos resulta útil escribir un diario de vida, narrar en ficción la experiencia vivida, o también, como es en este caso, dejar un registro visual de su proceso.
El problema es cuando el testimonio de una figura tan querida, de por sí íntimo, se emite como un programa de televisión. Tal como lo expresáramos casi 20 años atrás (Beca y Salas 2004), “los medios de comunicación cumplen un rol social importante al dar información y entretención, a lo cual agregan una función de educación a la comunidad”; en este sentido, deben velar porque la información entregada cumpla con un rol educativo y no sólo de entretención.
Lo que hemos visto en Brava invita a reflexionar sobre el rol que tienen estos programas al hablar de cáncer. Veamos su apertura: “Este programa está dedicado a todos aquellos guerreros que dieron la batalla hasta el final y pelearon hasta agotar todas sus armas. Este enemigo feroz y despiadado les costó la vida”. Es decir, los enfermos oncológicos no son personas con una determinada enfermedad, sino que “guerreros” que “luchan” contra un “enemigo feroz y despiadado”. En este breve párrafo está una síntesis de lo que se ha llamado la “metáfora bélica” en oncología. Pero las personas que han fallecido de cáncer no “eran malos guerreros” sino que enfermos que no tuvieron la respuesta esperada a las terapias disponibles. Igual de nocivo es el lenguaje que responsabiliza a la psiquis de las personas por su enfermedad oncológica y que señala que la resolución de la enfermedad dependería del esfuerzo personal.
El uso de metáforas bélicas puede generar una actitud de lucha y guerra contra el cáncer, lo que sugiere que el paciente tiene que “ganar la batalla” y “luchar hasta el final”. Si el paciente no logra superar el cáncer, puede sentir que ha “fracasado en esta lucha”, lo que puede llevar a sentimientos de culpa y vergüenza. Además, la idea de que el cáncer es un “enemigo” que debe ser vencido puede hacer que el paciente sienta que es responsable de su propia sanación, asumiendo todo el peso respecto de su curación, lo que es una carga emocional y psicológica significativa.
Asimismo, el uso de metáforas bélicas puede minimizar la complejidad y la variedad de experiencias de las personas con cáncer; estas metáforas reducen la enfermedad a una “lucha heroica” en la que sólo existe un camino “hacia la victoria”; al “guerrero” se le dificulta expresar su vulnerabilidad, lo que contribuye a que los pacientes se sientan incomprendidos y aislados si no sienten que su experiencia encaja con esta narrativa.
Creemos importante que los medios de comunicación, por el rol social ineludible que cumplen, adecuen su lenguaje a lo que la evidencia actual muestra: el uso de metáforas bélicas hace que los pacientes oncológicos perciban que la terapia es más difícil, por lo que sería mejor “rendirse”, e incluso pueden influir en las creencias sobre la salud en personas sanas, haciéndolas menos dispuestas a adoptar comportamientos saludables (Hauser, 2019).