Baño de realismo
Como es natural, la elección de un nuevo Presidente de la República genera un ambiente en el que todos quienes poseen una genuina convicción democrática les desean a las nuevas autoridades que su gestión sea exitosa, por el bien del país. Pero pasados los festejos y los parabienes, hay una justificada preocupación por el curso que va a tomar el gobierno una vez que asuma en marzo próximo, tomando en cuenta que las posturas de Gabriel Boric entre la primera y la segunda vuelta fueron bastante disímiles. Si bien el discurso del Presidente electo tuvo el mérito de recalcar en varios pasajes que los cambios van a tener que ser “paso a paso” y “peldaño a peldaño”, lo concreto es que ello choca con las expectativas de quienes esperan cambios “aquí y ahora”.
En el plano económico hay bastante consenso en cuanto a que la responsabilidad fiscal debe ser un eje transversal del programa, por cuanto el desequilibrio actual, sumado a una tendencia divergente que se acrecentó como consecuencia de la pandemia, no es sostenible. Persistir en esta senda solo agravaría los desequilibrios, con el serio riesgo de empeorar el problema inflacionario que ya se está viviendo, el que, como ya todos deberían saber, afecta en mayor proporción a los grupos más pobres. Es por tanto de la mayor importancia que la nueva Administración tenga claro que actualmente la economía se encuentra “sobrecalentada”, y que tanto la política fiscal diseñada para 2022 como las alzas en la tasa de interés que ha dispuesto el Banco Central tienen como propósito “enfriar” la economía, lo cual se va a traducir, obviamente, en una importante ralentización de los niveles de actividad durante los próximos dos años. Tener conciencia de que esta “resaca” es inevitable va a ser fundamental para evitar comportamientos voluntaristas que solo podrían agravar el problema. Lo anterior no obsta a que va a ser necesario redoblar esfuerzos para inducir una mayor generación de puestos de trabajo (el IFE laboral tiene un importante rol que jugar en esto), como también lo va a ser el impulso de nuevos proyectos de inversión, generando confianzas y atenuando la incertidumbre reinante. Desde esta perspectiva, un aumento en la carga tributaria —salvo eliminar exenciones que ya no se justifican— sería una señal muy contraproducente para los mercados en esta primera etapa.
El (o la) ministro(a) de Hacienda que asuma en marzo, si quiere tener éxito en su gestión, deberá partir dando un baño de realismo económico al nuevo Presidente, así como a sus aliados políticos. Esto va a requerir de prudencia, disposición y capacidad para lograr acuerdos que sean compatibles con la estabilidad macroeconómica.