Banmédica: una sola pregunta
El controlador de Banmédica anunció la venta de sus operaciones en Chile y el debate público ha manifestado preocupación. La venta evidencia la crisis de las isapres y, más gravemente, la caída en la inversión. Tras el diagnóstico, la discusión repara en las causas del problema, y, luego, en las medidas para revertirlo. Tres pasos razonables y responsables que, sin embargo, descansan en el supuesto de que la participación privada en la economía es indispensable para Chile y los chilenos. Pero ¿estamos de acuerdo en que esto es así?
Quienes conocen los principios elementales de la economía y la forma en que ella y la política pueden razonablemente favorecer el bienestar material y espiritual de los chilenos saben que la inversión privada es algo favorable. ¿Para quién? Para las personas. ¿Y para las empresas? Sí, también para las empresas que lucran (sin miedo a decirlo). Pero, sobre todo, beneficia a las personas porque les permite convivir en sociedad con libertad.
El Estado debe regular los abusos, pero si ahoga la inversión, nos condena a la pobreza. Esto es básico, y entonces quienes lo entienden asumen que todos lo comparten. Y de ahí en adelante, la argumentación se sigue sola: la huida de capitales es lamentable, porque sin inversión, no hay crecimiento, aumentan el desempleo y la pobreza, caldos de cultivo para la miseria personal y colectiva, para el desorden y la delincuencia: sin bienestar ni desarrollo, todo está peor.
A partir de esta premisa, se pasa de inmediato a la pregunta por sus causas (permisología, incerteza jurídica, falta de innovación) y se discurre, casi automáticamente, a la tercera cuestión sobre las posibles soluciones.
Pero el problema es que la premisa sobre la que descansa este razonamiento no es compartida en Chile. Las tres etapas reflexivas se reducen a tres actos de una puesta en escena de debate público que nace condenado al fracaso.
¿Por qué? Porque las diferencias que nos separan con algunos en el Gobierno no descansan en cómo revertir la fuga de capitales, ni en sus causas, sino en la consideración misma de que la inversión privada es buena.
El Gobierno ha dado señales confusas, pero es necesario, como Banmédica, que entendamos que ser confuso, en ocasiones es tomar una posición.
El proyecto refundacional de la Convención (que apoyó el Gobierno) sustituía la cooperación público-privada por el estatismo hegemónico. Al ser rechazado, sus defensores pasaron al Plan B: sabiendo que las señales en economía son importantes, decisivas, borran con el codo lo que escriben con la mano y logran su objetivo de ahuyentar a los privados. El Presidente afirma que quiere la cooperación público-privada, pero agrega que sabe que “le cae mal al gran empresariado”. En el Chile Day de Londres confiesa que una parte de él que quiere “derrocar el capitalismo”. Ejemplos abundan y esta tragicomedia no se limita a lo económico, sino que se extiende al cuestionamiento del monopolio estatal del uso de la fuerza y, ahora, a la validación del resquicio legal. Sin acuerdo en la premisa del primer acto, toda discusión es aparente. Ya es hora entonces de sincerar posiciones para debatir de verdad.