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UDD en la Prensa

Atraer talento a la política

 Jorge Cordero
Jorge Cordero Docente investigador de Faro UDD

Los datos publicados por la Encuesta CEP 91, en su bloque “Confianza en las instituciones, servicio público y corrupción”, son poco alentadores: la confianza en los partidos políticos alcanza solo un 3%. Esta realidad no es trivial ni novedosa. Significa que la representación a través de los partidos se encuentra en una posición crítica.

Durante la última década se ha producido una disolución abrupta del partidismo de masas en la sociedad chilena. La identificación partidaria bajó de un 80% en los noventa, hasta alcanzar menos del 20% en los “segundos periodos” de los presidentes Bachelet y Piñera. Hoy y tras fuertes procesos de tensión social, bordea apenas el 30%. Los datos del CEP reafirman que las personas ya no confían ni se identifican con los partidos. Lo complejo es que la democracia no posee otras herramientas igual de eficaces para ordenar nuestras preferencias. Los partidos no son reemplazables, y cuando fallan, aparecen sucedáneos que intentan suplir esta carencia institucional: listas del pueblo, populismos, caudillos, entre otros.

¿Es posible salir del bucle si los partidos se mantienen en su condición actual? La respuesta es no. Hoy es común ver que personas intenten recuperar la confianza de los votantes al disfrazarse de “independientes apoyados por un partido”, pero este escenario solo aumenta la volatilidad, el personalismo y conlleva a mayor fragmentación: se profundiza el problema.

¿De qué manera podríamos revertir esta situación? Por lo pronto, reformar algunos aspectos del sistema político aparece como una de las opciones. Sin embargo, hay otra alternativa complementaria sobre la que también deberíamos reflexionar: la atracción de capital humano en las estructuras partidistas. Este supuesto se funda en la idea de que partidos con personas más preparadas, reflexivas y de mayor conocimiento —no sólo de la política, sino que también de rubros diversos en el sector privado—, podrían producir un círculo virtuoso desde su experticia y mejorar progresivamente la calidad de la política.

En un entorno donde las marcas de los partidos entregan cada vez menos reputación, la atracción de talento diverso y capacitado no es solo una necesidad, sino una oportunidad para reconstruir la confianza en los partidos. El desafío, entonces, no reside solo en reformas institucionales, sino en la creación de incentivos que permitan compatibilizar actividades variadas y en premiar las capacidades al interior de los partidos por sobre las lealtades ciegas —“los ¡yes, sir!”—, de modo que más ciudadanos puedan ver en la política partidista un camino legítimo y efectivo para servir al país. Solo así se puede romper este ciclo de desconfianza y reconstruir un sistema de representación a la altura de las aspiraciones que nos exige la sociedad.