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UDD en la Prensa

Análisis: Giro necesario

 Daniel Fernández
Daniel Fernández Profesor Facultad de Ingeniería

Las empresas conviven con proveedores, consumidores, trabajadores, inversionistas, reguladores y comunidades en un espacio social común. Aunque resulte obvio, es bueno recordarlo en el actual contexto. Hay formas alternativas de establecer relaciones entre todas estas personas, y las empresas optan por alguna, al menos implícitamente.

Una es generar la mayor ganancia posible a toda costa (un objetivo clásico), y para ello la empresa debe negociar con sus proveedores el menor costo y mayor plazo de pago, en condiciones de asimetría; cobrar a los consumidores el precio más alto posible, ojalá bajo la menor intensidad competitiva; pagar a los trabajadores salarios y beneficios ajustados; desplegar un lobby eficaz con los reguladores; lograr transacciones con las comunidades para operar con las mínimas restricciones posibles; reclutar a los mejores ejecutivos con las mayores redes sociales de influencia, premiándolos con incentivos económicos (tan altos que muchas veces los tientan a coludirse); cumplir al límite con la regulación ambiental aplicable, y así. Algunas empresas generan ganancias de este modo.Los gobiernos intentan regular y fiscalizar muchos de los aspectos mencionados con el fin de impulsar la competencia y proteger a trabajadores y consumidores, a contracorriente con los incentivos de la empresa, con un desgaste enorme, muchas veces ineficaz. Esta lógica, según nos ha dicho en el Congreso del Futuro 2020 hace un par de semanas el economista de Chicago Luigi Zingale, autor de “Salvando el capitalismo de los capitalistas”, está desacreditando el sistema de competencia y minando las bases sociales de la economía liberal.

Imaginemos otra opción: la empresa se inserta en un ecosistema colaborativo que integran los actores mencionados al principio, y su objetivo es maximizar el bienestar económico y social de todos ellos. Los proveedores son socios; los consumidores son reyes (como practica Cornershop); los inversionistas son sensibles con el bien social y el medio ambiente; los reguladores son aliados que colaboran en evitar fraudes y colusiones; el management es meritocrático y premiado según indicadores económicos y sociales; la empresa busca apoyar a sus trabajadores con su endeudamiento, su salud y las malas pensiones de sus padres y abuelos; también denuncia un CAE impagable de sus hijos, en fin. Algo de esto hacen las empresas B. Para las demás, ¿un imposible? Bueno, esta opción es consistente con el Manifiesto de Davos 2020. Hagamos un giro hacia lo imposible, porque la primera opción ha demostrado no ser sostenible socialmente.