Admisión justa, mérito y educación de élites
Del hecho que las condiciones de inicio determinan el esfuerzo y rendimiento intelectual de una persona no se sigue que haya que prohibir la provisión de educación de excelencia para los menos aventajados, más aún si las elites hoy se están conformado casi exclusivamente por la educación privada selectiva. No sólo atenta contra la psicología moral más básica y es de un paternalismo obtuso. Es la mayor desigualdad de todas.
Con respecto al proyecto de Admisión Justa, se ha argumentado que restaurar la selección en escuelas públicas de excelencia protege la libertad de elección de los apoderados y los proyectos educativos, resignificando la educación pública desde la estructura de preferencias de los apoderados y la oferta de los sostenedores. Si bien comparto la importancia de los mecanismos de selección, clave es la discusión sobre el mérito como criterio y la libre competencia del sistema educacional como un todo.
En este contexto, si es la escuela la que selecciona, y no sólo la libertad de elegir de los apoderados, como se suele argumentar, hay un problema conceptual que discutir. ¿Qué es el mérito?
Por una parte, mérito es un concepto heredero de una vasta tradición de filosofía política, que nos remonta al trabajo seminal de Aristóteles, la Etica a Nicómaco, que apela a un criterio de justicia distributiva. Este criterio se da entre iguales y el valor del mérito lo fija la virtud, la excelencia moral. Por lo mismo, el uso del adjetivo “justo” debe apuntar a la equidad del sistema en el punto de partida de la distribución y el valor que le damos a la excelencia como criterio de evaluación. Desde esta perspectiva, si se va premiar el rendimiento académico de menores de edad, las condiciones de arranque son claves y eso en muchos contextos no ocurre.
Pero el segundo aspecto de la idea de mérito lo entrega la psicología moral.Consideramos meritorio los resultados de una acción asociada al hecho que esta propende a generar beneficios en terceros y que, al mismo tiempo, sobresale de la media generando agrado en un observador imparcial. Este efecto es el que, al evaluar la acción de un tercero, emerja como efecto la reciprocidad, el premio. En el caso del demérito, el castigo. Este es el sentido más básico de la psicología humana con el cual reconocemos, entre otros casos, el esfuerzo en el menos aventajado y valoramos sus resultados dadas las condiciones en que estos se producen.
Ahora, de lo anterior, ¿se debe suprimir la oportunidad de acceso a quienes no tienen recursos para pagar educación privada de élite? Por el contrario. Del hecho que las condiciones de inicio determinan el esfuerzo y rendimiento intelectual de una persona no se sigue que haya que prohibir la provisión de educación de excelencia para los menos aventajados, más aún si las elites hoy se están conformado casi exclusivamente por la educación privada selectiva. No sólo atenta contra la psicología moral más básica y es de un paternalismo obtuso. Es la mayor desigualdad de todas. Sería restarle una oportunidad a quién no teniendo acceso a los recursos económicos para provisionarse de educación de excelencia se lo condene por su condición de origen. No es de extrañar que los mismos “expertos” que enarbolan las banderas contra la selección y caricaturizan como un “premio” que un estrecho margen de educación pública sea de excelencia (300 de unas 12 mil escuelas aproximadamente) tengan a sus hijos en colegios selectivos pagados de élite. Además, ellos mismo provienen de esos establecimientos. En el fondo, a la hora de tomar una decisión prefieren, al igual que sus padres, lo que critican. Ya que la crítica o metapreferencia no los afecta. Esta inconsistencia incluso raya el conflicto de interés. ¿Por qué no hacer más competitiva la educación de excelencia? ¿Por qué asegurar que mis hijos gocen de los privilegios de pertenecer a una élite promoviendo políticas públicas que afectan a los hijos de terceros?
Ahora, la gran mayoría de los estudiantes no son de élite y hoy la educación privada no es sin más sinónima de excelencia, sino más bien de capital social. Por otra parte, las condiciones de origen son determinantes en el esfuerzo, a tal punto que muchos jóvenes desertan y son expulsados del sistema por falta de oportunidades. Y es en este punto que las políticas inclusivas deben complementarse con un sistema de admisión por talentos que sea público, sin barreras de entrada económicas y sin necesidad de intervenir los proyectos privados (Ley Machuca). Así, ampliando en lo sucesivo la oferta con diversos criterios que valoren la diversidad, y no sólo el rendimiento académico como mérito escolar. Sin obviar que no se puede suprimir por decreto nuestra capacidad de valorar la excelencia, expectativa que es razonable esperar de nuestros propios hijos.