¿Se justifica la realización de primarias para esta elección presidencial?
Las primarias se originaron a finales del siglo XIX en los Estados Unidos, consolidándose en el XX, siendo hoy en día una práctica regulada en diversas materias (financiamiento y elegibilidad de los votantes, etc.). Si bien fueron una reacción contra la manipulación de las cúpulas de los partidos en la selección de candidatos, también respondieron a las demandas por democracia interna de partidos.
Las primarias permiten a las directivas políticas resolver el problema de selección de candidatos. Esto exige que sean creíbles. Esto supone cierto grado de incertidumbre de resultados, y competencia real. Pero, si la adhesión a un precandidato es muy alta (80%) ella termina siendo una profecía auto cumplida. Una primaria en la que todos los precandidatos, excepto uno, son de adorno, no parece muy creíble. Una colección de candidatos con bajas o nulas esperanzas de ganar no asegura competencia. Ello podría estar reflejando el interés de dichos candidatos de emplearla como plataforma electoral o simplemente darse un gusto. Lo que en principio no parece objetable, sin embargo, no es el propósito de una primaria.
Ahora bien, a diferencia de lo que ocurre en los Estados Unidos, en Chile se las ha empleado para elegir el candidato de una coalición de partidos. Si bien a priori no parece problemático, ello genera algunos inconvenientes dado los incentivos que genera. ¿Qué mejor ejemplo que lo que sucede en la Nueva Mayoría? En efecto, el Partido Socialista en vez de haber empleado una primaria para decidir un candidato de sus filas (Lagos, Atria o Insulza), optó por una decisión más cupular que de base y, aunque no se diga, las encuestas fueron la principal herramienta para tomar la decisión. Y, como era de esperar, se prefirió no hacerla. Es en este punto en que la lógica de partido y coalición no coinciden, puesto que los dirigentes de partido están más interesados en ser parte del entorno de poder del candidato «puntero», incluso aunque no sea del partido que de la selección de un candidato propio. Así, se pierden autonomía e identidad, pues el desarrollo de los acontecimientos en la coalición se torna más relevante. Así, al igual que una bola de nieve va quedando en evidencia lo que las encuestas muestran y por lo tanto las primarias internas se hacen innecesarias.
No obstante lo anterior, las primarias generan otro tipo de beneficios, v.g. cumplen en ser una instancia de legitimación y movilización política. Pero esto tiene límites, pues si el resultado, como se indicó, lo sabemos a priori, es un ejercicio de ciudadanía un tanto sobreactuado. Particularmente, con un sistema de dos vueltas electorales, como el caso chileno, en que el voto «sincero» se expresa en la primera vuelta para en la segunda ser más bien estratégico.
En general, hacer o no primarias no es un asunto de principios. El poseer un sistema de dos vueltas permite que los procesos de negociación de los partidos se resuelvan mediante la expresión de la voluntad popular. Sin embargo, la realización de una primaria puede ser después de todo un asunto táctico, con el propósito de mostrar las diferencias de orden y compromiso democrático de un partido o coalición respecto de su contrincante. Y es ese el caso de Chile Vamos. La realización de una primaria, con un candidato que concentra más del 70% de las preferencias, puede ser innecesaria, pero puede ser una señal muy poderosa para la opinión pública. Una señal de gobernabilidad y ejercicio democrático, una decisión táctica correcta, pero que no está exenta de costos si los participantes no se atienen a reglas de competencia leal y que constantemente miren la elección general y no la ambición de corto plazo.