Punto de equilibrio y confianza
Podrá existir una industria bien instalada, precios competitivos y consumidores informados, pero si falta ese elemento vital, subjetivo y emocional que es la confianza, las transacciones se afectarán.
Hoy, al igual que hace décadas, todo alumno que quiera estudiar alguna carrera relacionada con el mundo de los negocios, deberá enfrentar al menos un curso de economía. En dicho curso verá conceptos como: la demanda, la oferta, la utilidad, la elasticidad y, por supuesto, el famoso punto de equilibrio. Esto último se expresa de manera gráfica y reflejará ese mágico momento donde alguien que ofrece un bien, encuentra a otro que está dispuesto a adquirirlo por un precio determinado.
Luego de dicha explicación, ese joven estudiante escuchará de boca de su profesor una advertencia. El punto de equilibrio sólo ocurre si ambas partes reconocen que el precio de transacción es beneficioso y maximiza su ganancia personal, es decir, que el precio sea lo suficientemente alto para quien ofrece y suficientemente bajo para quien compra o demanda y nadie, absolutamente nadie, deberá interferir en que esto ocurra, pues de lo contrario sólo se generarán costos indeseables para la sociedad. Este suceso descrito con religiosa seriedad, constituye el nacimiento de los mercados y del desarrollo económico y crecimiento de las naciones.
El absolutismo de la frase final es digerido casi por completo por esos jóvenes ingenuos y a veces temerosos, pasando a formar parte de la estructura de pensamiento de esos futuros profesionales y hombres de negocio. Evidentemente esta explicación conceptual no revela todas las complejidades que poseen los mercados, las organizaciones y sobre todo, los seres humanos, quienes deben convivir diariamente con estas transacciones.
Por otro lado, muchas veces se plantea una mirada puramente racional detrás de estos procesos de compra y venta, como si la fría calculadora mental, que permite el cálculo de potenciales ganancias, estuviese siempre encendida y fuese el motor de nuestra toma de decisiones. La verdad es que la realidad es otra, ya que hay elementos que inciden de igual manera. Hoy me quiero centrar en uno de estos elementos: la confianza. Es la confianza o la falta de esta la que permite que las transacciones económicas ocurran y por qué no, que las relaciones humanas y familiares se desarrollen de manera sana.
Existen varias investigaciones que dan cuenta de la relación entre confianza y crecimiento, y todas estas concluyen en lo mismo: si no hay confianza es muy difícil crecer y desarrollarse. Podrá existir una industria bien instalada, precios competitivos y consumidores informados, pero si falta ese elemento vital, subjetivo y emocional denominado confianza, las transacciones se verán afectadas en una cadena similar a una bola de nieve que crece ladera abajo.
Para nadie es un misterio que Chile experimenta una crisis de confianza generalizada. Se desconfía del Estado, los privados, las instituciones, las iglesias, los padres, etc. En la mayoría de los casos hay sucesos que han alimentado esta animadversión, pero nada justifica los extremos a los que se está llegando en estos momentos y sobre todo la falta de voluntad para avanzar en un clima de mayor confianza.
Quizás, en una mirada de largo plazo, las Facultades de Economía y Negocios del país, junto con enseñar sobre el fenómeno económico de las transacciones desde una perspectiva mecánica y puramente racional, debiesen poner un acento especial e invertir igual o más tiempo en aquellas variables que inciden en la percepción de confianza y respeto, tales como: la tolerancia, la capacidad de diálogo, la ética, entre otras.