2016: Populismo, elecciones y terrorismo
El año 2016 nos deja multiplicidad de acontecimientos de relevancia que se extenderán hacia este nuevo año. Prácticamente todo lo que ha ocurrido es producto de eventos históricos complejos y de larga data, pero una evaluación general de ellos puede ayudar a tener una panorámica sobre aquello a lo que cabría prestarle atención en este 2017.
En primer lugar, dos cosas que van relacionadas: el triunfo de Trump y el auge del populismo a nivel mundial. El triunfo del magnate fue sorpresivo no tanto porque su discurso lograse captar los anhelos de una masa importante de votantes – estudios como los que realiza la encuestadora Pew muestran que la distancia ideológica entre sectores políticos en EE.UU se había ampliado, y que lo que decía Trump tenía amplia receptividad. La sorpresa está en no reconocer la fuerza política de ese discurso (de haberlo minimizado) y de la debilidad del sistema democrático norteamericano. Mal que mal, Hillary Clinton obtiene casi 3 millones de votos más que el candidato republicano, pero el colegio electoral decidió otra cosa.
El resultado se conecta con el populismo, palabra absolutamente de moda, dado que la carrera presidencial norteamericana demuestra que se es capaz de instalar una plataforma electoral en base a promesas sin sustento, alusiones a soluciones simples para problemas complejísimos, distorsiones y falsedades que no generan impacto negativo, y simplificaciones sobre realidades que, casi por definición, cabría observar con enormes cuotas de cuidado (tema migración, tema relaciones comerciales, entre muchas otras).
Considerando que en 2017 hay elecciones en Alemania y Francia, que en dichos países ya se comienza a sentir una suerte de concentración de populismo (particularmente de derecha), y tomando en cuenta además el auge de este discurso, que apela a un nacionalismo primitivo y confrontacional, el nuevo año abre escenarios con efectos potencialmente desestabilizadores.
Ligado a lo anterior, y actuando un poco en el trasfondo, se encuentra la situación de Rusia, quien lleva años intentando re-catapultar su estatus internacional a uno que le haga olvidar la década pérdida entre 1991 y 2001, donde no sólo tuvo que enfrentar dos guerras internas en Chechenia, sino una brutal crisis económica producto de los efectos de la llamada crisis asiática.
Si los informes del FBI y de la CIA son ciertos, Rusia realizó una maniobra agresiva muy arriesgada, influyendo en la elección norteamericana al minar (mediante la publicación de correos privados de la Convención Nacional Demócrata que desprestigiaban a Clinton), el proceso electoral. Todo esto, por cierto, es sólo una de muchas acciones en las que ha incurrido Rusia en los últimos años, donde la anexión de Crimea y la participación directa en la Guerra Civil en Siria, son los más recordados.
Con intereses políticos en ampliación (no sería sorprendente que la ruta del polo norte, en una década, pueda estar abierta todo el año producto de los efectos del cambio climático), con una situación en el Este de Ucrania que sigue siendo favorable para Moscú, y con un cada vez más probable régimen sirio sobreviviendo la guerra civil, Rusia parece estar en mejor posición a inicios de 2017 que el que tenía el pasado año. Sin embargo, como afirma John Mearsheimer en ‘The Tragedy of Great Power Politics”, los momentos más complejos en las relaciones internacionales ocurren cuando una gran potencia va en descenso y otra va en auge.
La positiva relación Trump-Putin no puede esconder las complejidades sistémicas que tiene la estructura internacional. Dos potencias con intereses hegemónicos difícilmente pueden coexistir sin que existan fricciones. Y dado los rasgos de personalidad de Trump, más la demostración clara de Putin que es capaz de decirle que no a Estados Unidos, no permite inferir que la toma de poder del magnate resolverá toda diferencia entre ambas naciones.
En tercer lugar, se encuentra todo lo que vimos este año sobre el terrorismo en Europa, Medio Oriente y Asia. Todo indica que no debiera haber muchas modificaciones en esta área: el Estado Islámico seguirá intentado realizar atentados terroristas en Europa occidental, en Turquía, en Siria y en Irak. La organización Al Qaeda no ha desaparecido, y ha estado – desde el nacimiento de ISIS – enfocado en reestructurarse y reorganizarse. Se mantendrán algunas zonas activas como Somalia, Nigeria o Indonesia; y otras evolucionarán a algo más peligroso e imprevisible (Yemen).
En marzo de 2017 se cumplirán 6 años de Guerra Civil en Siria, evento que en gran medida explica la aparición misma del Estado Islámico, sino también de todo el problema de refugiado en las sociedades europeas. Todo parece indicar que la única salida posible a la guerra (en ningún caso la salida moral), será la mantención de Bashar al Assad en el poder. Con un nuevo gobierno de Estados Unidos más proclive a los acuerdos con Rusia, no es impensado que la guerra comience a terminar, aunque los períodos de pacificación suelen llevar mucho tiempo.
Los derivados de esto los hemos visto a lo largo del año, y los mencionamos en el primer punto, pero se mantendrá abierto el debate sobre cómo construir una sociedad cosmopolita, cuáles son los límites de la tolerancia y cómo congeniar principios religiosos con principios seculares cuando el contenido de ellos – para algunos casos son tan abiertamente contradictorios.
Finalmente, está el caso de China. Su solo volumen demográfico y potencial económico debiese colocarlo siempre como un actor a mirar para poder evaluar los acontecimientos futuros. Y acá intersectan dos situaciones problemáticas. Por un lado, China no ha ocultado su intención de establecer dominio y soberanía sobre una serie de islotes en el mar del sur de China, a pesar de que vecinos como Filipinas o Vietnam reclamen que China está violando la ley internacional (como de hecho lo declara la propia Corte Internacional de Justicia, en su fallo arbitral del 12 de Julio de 2016, fallo que China dice que no respetará).
El mecanismo ha sido el de tomar control físico de los islotes e iniciar de inmediato su desarrollo militar, construyendo puestos de control, antenas, pistas de aterrizaje o silos para misiles. Por otro lado, tenemos que Trump desea iniciar una suerte de guerra comercial con China. Ha dicho que acusará a Beijing de manipulación de la moneda y exigirá someter a China a arbitrios dentro de la Organización Mundial de Comercio, además de utilizar el poder de Estados Unidos para resolver situaciones de comercio donde, de acuerdo a Washington, se observen ilegalidades.
No es posible saber si esto es sólo retórica o será algo que se mantendrá dentro del plan de política exterior de Trump. Pero si lo es, difícilmente Beijing se quedé inmutable. Responderá. No sabemos exactamente cómo, pero tomará medidas para contener lo que será una agresiva política norteamericana. Si a eso le sumamos lo decisivo que es China para casos como los de Corea del Norte, el resultado es una perspectiva relativamente pesimista para la relación entre estos dos gigantes.
Así vistas las cosas, 2017 puede ser un año donde lo que vimos en 2016 se mantenga sin mayores alteraciones; o bien transformarse en un año de modificaciones mayúsculas. Para bien o para mal.