El batallón de Aravena: Reportando desde el Frente
A fines de mayo se inauguró la esperada décimo quinta Bienal de Arquitectura de Venecia. Esperada porque su curador es nada menos que el arquitecto chileno y premio Pritzker 2016 Alejandro Aravena. Más allá de la atención post premio, el interés radicaba en que su propuesta curatorial planteaba la arriesgada maniobra de cambiar el foco de la bienal desde la reflexión estética y autorreferente propia de las muestras de arquitectura.
Utilizando como inspiración la foto de la arqueóloga María Reiche encaramada sobre una simple escalera de aluminio en medio del desierto de Atacama –de manera de “ampliar su mirada” y comprender las frágiles líneas de Nazca sin destruirlas o pisarlas–, Aravena reconoce en la modesta escalera la prueba de que “no debemos usar las dificultades o restricciones materiales como excusa para no hacer bien nuestro trabajo… Contra la escasez: ingenio”1. Para Aravena, hacer bien el trabajo en la bienal consiste en abrir una discusión respecto a aquellas prácticas que desde el “frente de combate” están respondiendo con innovación y pertinencia a los desafíos críticos de nuestra sociedad. Estos desafíos Aravena los propuso en clave de ecuación, ilustrados por un diagrama en que temas como Inequidad, Sustentabilidad, Tráfico, Desechos, Crimen, Contaminación, Comunidades, Migración, Segregación, Desastres Naturales, Informalidad, Periferias, Vivienda y Calidad de Vida eran presentados como satélites orbitando en torno a la pregunta X=? E insistiendo en la idea tan defendida por él de que la respuesta más adecuada surge al plantear la pregunta correcta o más pertinente.
Aravena había planteado el tema de la bienal meses antes de recibir el Pritzker, y parte importante del revuelo que causó el premio –tradicionalmente reservado para arquitectos consagrados y de amplia trayectoria–, radicó precisamente en que se trataba de un arquitecto joven, con pocas obras de envergadura y cuya búsqueda junto a sus socios de Elemental se ha centrado no en generar una arquitectura del espectáculo, de grandes masas de cristal y alta tecnología. La arquitectura de Elemental es todo lo contrario, con un lenguaje formal austero, monolítico, a veces rústico pero profundamente sensible. Aravena ha exigido a su arquitectura una capacidad de síntesis tal que pueda responder en forma eficiente, pertinente y adecuada a las necesidades de sus clientes, sean estos familias de campamentos, comunidades en conflicto con mineras, ciudades arrasadas por desastres naturales, un centro universitario de innovación tecnológica o un laboratorio para curar el cáncer.
Para muchos críticos, que se haya reconocido a Aravena con el Pritzker significó un cambio de paradigma en la historia del premio. Comentaban que sería difícil encontrar una escuela de pensamiento o una masa crítica de arquitectos así de comprometidos con el debido equilibrio entre los aspectos estéticos y los políticos o procedimentales de la arquitectura. Por ello es que debemos celebrar lo que pasó en Venecia. Aravena tomó el riesgo de convocar a más de 80 arquitectos y profesionales de otras disciplinas, junto a los pabellones de 30 países a reportar desde el frente y compartir lo que están haciendo en esta línea. El riesgo era altísimo: por un lado la bienal se podía llenar de casas hechas con botellas plásticas recicladas para supuestas víctimas de desastres, o perderse en discursos retóricos respecto a las fallas e injusticias de la globalización y el sistema de mercado.
En este punto es clave detenerse para entender la agenda de Aravena. Una primera lectura, más bien superficial, podría malinterpretar su discurso y el trabajo de Elemental con una reivindicación de la arquitectura como una disciplina humanitaria, una especie de vocación por los pobres y más desposeídos enraizada en valores como la caridad o la compasión. Nada más lejos del origen y visión de Aravena. De ser así, obviamente no se entendería que Elemental sea un do-tank con fines de lucro en lugar de una ONG, y que en su portafolio convivan viviendas sociales con mansiones de lujo. Por otro lado, si se intenta interpretar la convocatoria de la bienal como una emancipación desde la arquitectura en contra de las grandes corporaciones y el capitalismo global, como una especie de manifiesto ocupa y que refleje las exacerbadas demandas de la mimada y sobreestimulada Generación X, sin duda la frustración y desorientación será mayor. Nuevamente, nada más lejos del interés de Aravena, cuyo pragmatismo ante el sentido de urgencia que presentan los desafíos del frente de batalla no dan tiempo que perder en discursos teóricos refundacionales o ideologías de salón que se alejan del ámbito de competencia de la arquitectura.
El hecho de que la bienal y la obra de Aravena traten de tomar distancia de la arquitectura humanitaria o los manifiestos progresistas radicales no significa que estemos ante una arquitectura neutral o carente de posición política. Al revés, esta bienal probablemente es la más política de todas. En este juego Aravena no es el único responsable, y su principal aliado estuvo en el corazón mismo de la organización: el presidente de la Biennale Paolo Baratta. político italiano tres veces ministro en las carteras de Economía, Trabajo y Medio Ambiente. En su segundo periodo como presidente comenta: “No estamos interesados solo en exhibir resultados concretos para su evaluación crítica. Queremos además adentrarnos en la fenomenología de cómo esos ejemplos positivos se forjaron. En otras palabras: lo que genera la demanda por arquitectura; cómo nuestras necesidades y deseos son identificados y expresados; cuáles son los procesos lógicos, institucionales, legales, políticos y administrativos que demandan hoy a la arquitectura y cómo ellos permiten a la arquitectura presentar soluciones que van más allá de lo banal o auto flagelante”.2
La obsesión de Aravena por validar la relevancia y pertinencia de la arquitectura como fenómeno político surge de su convicción de que más allá del aporte estético que la disciplina ha realizado en los momentos estelares de la civilización, es más importante su sincronía con los aspectos procedimentales y fundamentales que dan forma a la toma de decisiones en las más altas esferas de lo público. Su admiración por la perfecta imperfección de la arquitectura clásica no era sólo por su belleza, sino más bien por la trascendencia del discurso arquitectónico en la cultura de su tiempo. Lo que busca en su curatoría es precisamente eso, volver a situar a la arquitectura como parte de un fenómeno cultural en la esfera de lo público. Lo más relevante del pensamiento de Aravena radica en su convencimiento del rol transformador de la disciplina y la responsabilidad pública del arquitecto, sin por ello abdicar de la belleza como valor fundamental. Lo que queda de manifiesto en su labor como investigador, teórico, docente y en su práctica profesional desde Elemental.
Desde los primeros días de Elemental insistía en que el verdadero compromiso social de la arquitectura estaba en enfrentar la inequidad como desafío profesional y no desde la caridad: “Necesitamos calidad profesional, no caridad profesional. Necesitamos las mejores mentes para resolver este tipo de preguntas”3. Y su sentido de urgencia indicaba que no debemos esperar como meros espectadores a que alguna autoridad lidere las grandes reformas, sino que podíamos influir “desde la arquitectura” en mejorar las políticas públicas, y finalmente, que nuestra disciplina cobrará relevancia cuando su discusión se amplíe de las secciones de cultura de los diarios a los cuerpos de reportajes y editoriales. En otras palabras, que la arquitectura fuese un tema de igual relevancia que la economía, la educación, la salud y parte permanente en el debate de temas de desarrollo social y políticas públicas. El mérito de Aravena radica en la consistencia de esos principios sin transar en la búsqueda de un lenguaje propio, pertinente y bello.
Es precisamente desde la convicción en el potencial de la arquitectura que Aravena se ha atrevido a incursionar en ámbitos complejos y de gran incertidumbre. Así es como irrumpió primero en el diseño de vivienda social, reconociendo su ignorancia total en las políticas habitacionales de la época pero dispuesto a enriquecerlas desde el diseño. Lo mismo llevó a Elemental, con muy poca experiencia en planes urbanos, a liderar en el Plan de Reconstrucción de la Ciudad de Constitución luego del terremoto y tsunami del 2010. Con ese mismo espíritu Alejandro se hizo cargo de esta bienal.
Arquitectura “forense” y calidad de vida
Consultado respecto a la enorme responsabilidad de curar el mayor evento de arquitectura global sin tener experiencia en bienales, su respuesta fue categórica: “Estoy seguro de que haciendo uso de mi total ignorancia seré capaz de plantear la más simple, a veces aparentemente estúpida de las preguntas, que por ese sólo hecho puede penetrar a la raíz del problema. Esta es la libertad de poder aproximarse al problema con la mente despejada, y por lo mismo abierta, y una mirada clara y pura, que no ha sido filtrada por prejuicios o preconcepciones… Ser de cierta forma un outsider me ha permitido interpretar este honor y mi involucramiento con la Biennale como una oportunidad de disfrutar un más amplio espectro de libertad de pensamiento y acción, una ventaja que espero hacer aparente en la selección que he hecho y curado”.4
Esa convergencia entre pertinencia, libertad e ignorancia, la capacidad de respuesta por parte de los expositores al llamado de Aravena puede considerarse un golpe a la cátedra no solo por la calidad y diversidad de participantes, sino también porque por primera vez en la historia del encuentro, el primer ministro italiano Matteo Renzi solicitó dar el discurso de cierre en la ceremonia de premiación, comprometiendo de paso 500 millones de euros para la investigación y búsqueda de soluciones arquitectónicas para las periferias urbanas.
En este contexto la diversidad, amplitud y profundidad de las propuestas de los participantes es sobrecogedora. Es así como podríamos separar las muestras de los convocados en cuatro grupos:
El primero es el de quienes operan desde la arquitectura para enfrentar situaciones complejas para otras disciplinas. Tal es el caso de la “arquitectura forense” de Eyal Weizman, que utiliza el análisis espacial y estructural para comprobar crímenes de guerra contra civiles en el Medio Oriente. La arquitectura aquí emerge como evidencia en escenarios de conflicto, y el espacio se proyecta como testigo a favor de la dignidad humana. En la misma línea destaca el trabajo del historiador y arqueólogo Robert Jan Van Pelt como testigo en el juicio contra quienes negaron el holocausto en Auschwitz. Ante la destrucción de toda evidencia impresa o planimétrica por parte de los nazis, Van Pelt tuvo que realizar un proceso de proyectación arquitectónica en reversa, es decir, desde el levantamiento de las ruinas y entender su diseño, descifró los detalles formales y constructivos que delataron la función original de las cámaras de gases. En ambos casos la arquitectura se pone dramáticamente al servicio de la justicia ante crímenes de lesa humanidad.
El segundo grupo, y más numeroso, es el de aquellas entidades u oficinas que operan en el frente de lo público, o tratan de enfrentar desde la arquitectura las demandas de mayor equidad o calidad de vida. En esta línea destacan las Empresas Públicas de Medellín, las mismas de los teleféricos y bibliotecas y que ahora exhiben con orgullo su plan de reconversión del entorno de los tanques de agua en parques para comunidades periféricas. En el frente de reciclar o revitalizar infraestructuras en desuso cobra también relevancia la obra de Andrew Makin y Design Workshop en Sudáfrica, quienes literalmente invaden un viaducto inconcluso para convertirlo en un mercado popular vibrante y activo, que no sólo potencia la economía informal del barrio, sino además revierte las condiciones de inseguridad y violencia reinantes.
Otro frente que conmueve en este grupo es el estudio de las ciudades efímeras presentado por Rahul Mehrotra y el chileno Felipe Vera, quienes estudiaron el fenómeno de la ciudad instantánea de Kumbh Mela, donde cada 12 años más de siete millones de peregrinos se instalan en las riberas del Ganges articulando un asentamiento temporal con todas las condiciones de infraestructura, seguridad, saneamiento y funcionales en base a un sofisticado modelo de gestión y técnicas constructivas basadas en simples bambúes y lonas. Así revelan y sacan lecciones para orientar el trabajo en campamentos de emergencia en otras localidades. En esta línea, si bien muchas de las propuestas intentaron hacerse cargo del problema de los refugiados y migrantes, lamentablemente la contingencia y el discurso políticamente correcto debilitó la potencia y aporte de gran parte de aquellos otros que intentaron reportar desde ese frente.
Mención aparte tiene el trabajo de Kunlé Adeyemi y su oficina NLÉ en Nigeria, quien presentó una reproducción a escala real de la escuela flotante para niños del campamento de Makoko en Lagos, ubicado en una zona de humedales donde el agua se convierte en soporte y no en amenaza para esta infraestructura temporal. Lo más dramático de esta propuesta es la polémica que surgió a pocos días de inaugurada la bienal, cuando la escuela original en Lagos colapsó por falta de mantención y desidia de las autoridades, poniendo en evidencia la precariedad del contexto y el riesgo en que se juega esta arquitectura. En este grupo vale la pena comentar el trabajo de los chilenos Elton Léniz para la fundación educacional Caserta. Su montaje, finamente diseñado en conjunto con Gonzalo Puga, logra sumergir al visitante en la experiencia del paisaje que da vida al trabajo de la fundación, que busca rescatar a niños vulnerables de contextos urbanos y exponerlos en forma segura a la naturaleza y al paisaje cordillerano como una experiencia de alivio y escape de la violencia que viven a diario, protegidos por una serie de sombreaderos, salas de clases abiertas e instalaciones sutilmente diseñadas de manera de poner en relevancia el paisaje y hacerse parte del proceso de educación-sanación de los niños.
El tercer grupo de invitados podría denominarse como el de quienes cuya exploración tectónica lleva la forma a los límites mismos de su condición material. Aquella arquitectura que como las pirámides “…es la máquina de su propia construcción. El plano inclinado”5, parafraseando a Paulo Mendes da Rocha, premiado en esta Biennale con el Leónde Oro a la trayectoria. La aproximación tiene varias lecturas en la muestra, partiendo por la instalación del propio equipo de Elemental en el Zaguán de la Corderie y el pabellón principal del Giardini, donde a modo de denuncia, pero también reivindicación de la vida útil del material, reciclan las planchas de yeso-cartón y perfiles de acero que surgieron de la demolición de la Biennale de Arte del año anterior, disponiéndolos como un nuevo revestimiento y cielo y generando un ambiente de recogimiento que imprime un cierto tono de solemnidad y peso al iniciar el recorrido. La síntesis del uso de los materiales bordea también lo sublime en los “paisajes de luz” de Transsolar, donde una serie de orificios y espejos “construyen” el espacio tangibilizando haces de luz en contraste dialéctico con la penumbra y columnata infinita de la Corderie.
A una escala más doméstica y humilde, pero no por ello menos significativa, el Grupo Talca, integrado por Rodrigo Sheward y Martín del Solar, expone a escala real su plataforma de observación desarrollada para la reserva Pinohuacho en Villarrica. En este caso, la rusticidad del material –rollizos hechos de desechos forestales–, la escasez de recursos y el aislamiento se fusionan con la artesanía y capacidad local para desarrollar un pequeño pabellón que no sólo tiene la potencia de enmarcar y poner en relevancia el paisaje de los volcanes del sur, sino que, incluso, transportado y dislocado en un lugar tan opuesto como las lagunas de Venecia es capaz de mantener su significancia y relevancia. Entre los representantes chilenos que también exploraron esta vertiente tectónica destaca el trabajo de la paisajista Teresa Moller, quien luego de descubrir los desechos de una cantera de travertino en el desierto de Atacama, decide darles nueva vida y trasladarlos a Venecia para fusionarlos con el exceso de mármol y piedras nobles de la fondamenta, disponiéndolos como bancas, mesas o simples separadores en espacios públicos, llamando la atención al poco cuidado que tenemos en Chile por darle nobleza a nuestro entorno urbano y las oportunidades perdidas por considerar la materia como desecho.
Otros ejemplos notables de exploraciones tectónicas se pueden ver en la investigación aplicada del Block Research Group junto a John Ochsendorf. Apoyados por la capacidad tecnológica del MIT y la ETH de Zurich, ingeniería y software de última generación y sistemas de prefabricación robótica han logrado desarrollar estructuras autosoportantes monomateriales que funcionan sólo a la compresión, cubren grandes luces y minimizan los costos y tiempos de construcción. En otras palabras, utilizan la más avanzada tecnología para hacer que los materiales trabajen al máximo de su elementalidad y simplicidad. El mismo grupo colabora con la muestra de Sir Norman Foster, tal vez uno de los consagrados que mejor leyó la invitación de Aravena. En el caso de Foster y su fundación, se trata del uso del ladrillo común pero siguiendo un diseño de paraboloides hiperbólicos de fácil construcción y que permiten generar bóvedas de gran resistencia y bajo costo. Las bóvedas formarán parte de una estrategia regional de aeropuertos para drones a desplegarse en las más remotas aldeas africanas. La tesis de Foster es que ante la carencia de infraestructura de caminos y conectividad, el único atajo para que estas localidades aisladas accedan a medicamentos urgentes o pequeñas piezas de repuestos será por medio de un sistema de correo en base a drones. Cada pueblo contará con su aeropuerto de drones, una infraestructura básica para recibir, descargar y proteger estos ingenios. Durante el resto del año, el “dronopuerto” albergará ferias, mercados y otras actividades de la comunidad.
Si Foster recurrió al ladrillo como elemento fundamental, sin duda no esperaba encontrarse con el delirio virtuoso de Solano Benítez y su Gabinete de Arquitectura, quienes desde Paraguay han venido desafiando los límites de la geometría y la ingeniería estructural, siguiendo la tradición de Dieste pero recuperando el rigor de la mano de obra artesanal. Solano sorprende a las audiencias con una nave monumental construida en el salón central del pabellón principal, hecha en base a una filigrana de ladrillos y acero estresados al punto que muchos dudan que no colapse hacia el final de la bienal. Su apuesta es tan arriesgada como bella, más aún cuando en sus costados se exponen el proceso de diseño y hasta los encofrados con que se articuló. Ese equilibrio entre locura, arrojo y confianza en la materia llevada al máximo de sus capacidades con los mínimos recursos es lo que valió el León de Oro a esta instalación.
El cuarto y último grupo es aquel que respondió desde la pertinencia de la belleza, como el trabajo exhaustivo de levantamiento y representación de edificios y entornos clásicos de Renato Rizzi, el cuarto oscuro de Aires Mateus, los frágiles viaductos de Carrilho da Graça o la arquitectura insular de Paulo David, los tres últimos portugueses herederos de la escuela de Siza. Este grupo lo cierran con gran elegancia las maquetas de arcilla que expresan la arquitectura monolítica de Cecilia Puga, el laberinto circular de Pezo+Von Ellrichshausen –traicionado por la precariedad material de su factura– y el sorprendente trabajo y puesta en escena de los austríacos Marte.Marte.
En cuanto a los pabellones nacionales mi lectura es más superficial, en parte por la sobredosis de información y la negativa de varios países a hacerse cargo del desafío. Algunos, como los Países Bajos o Finlandia, haciendo uso políticamente correcto del problema de los refugiados e inmigrantes, y otros que simplemente mostraron cualquier cosa, como Argentina. En este contexto bien merecido es el León de Oro a España con la muestra “Unfinished”, acusando las ruinas de la arquitectura de excesos delboom económico y posterior crisis, y cómo desde la precariedad de la recuperación emergen nuevas prácticas más conscientes y responsables de la realidad social y económica de la Península. También impacta el pabellón peruano, curado por Barclay y Crousse, que de forma elegante y estremecedora denuncia la precariedad del sistema educacional en la Amazonía y propone una estrategia de recuperación desde la arquitectura.
Finalmente, en cuanto a la presencia chilena destaca con honra el sofisticado trabajo curatorial de David Basulto para el pabellón de los países nórdicos, donde en lugar de exponer proyectos se expresa la potencia del edificio de Sverre Fehn contrastándola con una instalación sobre la psique de los arquitectos y sociedad escandinava.
El Pabellón de Chile –de Juan Román y José Luis Uribe (+ equipo)–, si bien logra dignamente compilar el notable trabajo de la escuela de Talca, cuyo programa educativo en sí es apropiado al llamado de la bienal, no avanza en presentar nuevos desafíos, lo que se evidencia al ubicarse justo frente al trabajo de sus ex alumnos Sheward y Del Solar. Pese a lo anterior, se trata de un montaje elegante y sobrio, que consolida la robustez de la presencia nacional y el trabajo del comisario Cristóbal Palma luego del León de Plata de la bienal anterior.
La muestra la complementan una serie de exposiciones y eventos paralelos, donde destaca la Biennale Sessions, instancia donde estudiantes de más de cuarenta universidades participaron de la muestra oficial con workshops, instalaciones y charlas. Las universidades chilenas se movilizaron en masa, con más de un centenar de estudiantes de la PUC, cincuenta de la UDD y una veintena de otras escuelas nacionales que se plegaron al evento.
En resumen, la bienal congrega un sinnúmero de iniciativas y proyectos que comprobaron la tesis de Aravena: devolverle a la arquitectura su grado de pertinencia y demostrar que es la más política de todas las profesiones en cuanto a su valor e impacto público, siempre y cuando se asocie el discurso con la obra. El triunfo de Aravena en Venecia no es sólo confirmar esta tesis. Su triunfo, y el de todos nosotros, radica en que con esta bienal ha demostrado que no estamos solos, y que existe un universo de arquitectos, profesionales, políticos y estudiantes comprometidos con seguir reportando desde el frente.