Una era iliberal ha comenzado
La historia contemporánea parece moverse en grandes ciclos donde se alternan períodos crecientemente liberales con aquellos en que las libertades se reducen, las naciones se cierran e imperan regímenes abiertamente autoritarios o formas liberticidas de usar la democracia. Todo indica que en la actualidad estamos viviendo un cambio de ciclo a nivel planetario, pasando de una era marcadamente liberal a una de signo opuesto, y también en Chile vemos síntomas de un cambio similar de tendencia.
Una larga época de avances liberales hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX se cerró de manera espectacular con el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial y su explosión de nacionalismo agresivo que, hacia finales de la guerra, dio paso a conmociones económicas, sociales y políticas de las que surgirían, empezando con el golpe de Estado bolchevique de 1917 en Rusia, los grandes totalitarismos del siglo XX. Por su parte, en las democracias, que cada vez eran menos, el Estado pasó a desplegar un poderío antes desconocido. El New Deal en Estados Unidos, el surgimiento de los grandes Estados benefactores europeos, el auge generalizado del keynesianismo, la política de sustitución de importaciones en América Latina y las grandes planificaciones en la India de Nehru, son ejemplos de un intervencionismo estatal que aumentaba considerablemente el poder de la clase político-burocrática sobre los ciudadanos.
Esta evolución conoció diversos momentos, pero la marejada autoritaria-estatista no cesó hasta mediados de los años 70, cuando comienza un extraordinario proceso de democratización, ampliación de las libertades ciudadanas y contención de la expansión estatal que conocerá su momento culminante con el derribamiento del Muro de Berlín en 1989 y la posterior implosión de la Unión Soviética. El proceso se inició en Europa del sur, con la caída de las dictaduras imperantes en Portugal, España y Grecia a mediados de los 70. Luego siguió, en los 80, la crisis de las dictaduras latinoamericanas y la oleada democrática que se extendió por África y Asia a partir de la década del 90. Paralelamente, dictaduras comunistas como las de China y Vietnam iniciaron amplios procesos de reforma económica, donde el Estado se repliega y se abren espacios cada vez mayores de libertad económica que han sido el fundamento del extraordinario desarrollo de esos países. La misma orientación se hizo presente en Latinoamérica a partir del colapso del modelo estadocéntrico de “desarrollo hacia adentro” a comienzos de los años 80 y en la India, que se liberaliza en los años 90.
Por su parte, los viejos Estados del bienestar y la política keynesiana comienzan a replegarse en razón de los crecientes problemas que ocasionaban. El estatismo se verá severamente cuestionado a partir de los trastornos económicos de los años 70 y 80, así como por el surgimiento de políticos como Ronald Reagan, Margaret Thatcher y, no menos, Tony Blair, que con su New Labour muestra una notable evolución de parte de la socialdemocracia europea desde un verdadero culto al Estado a una posición donde la sociedad civil y la cooperación público-privada adquieren un peso clave. A su vez, los modelos más connotados de Estado de bienestar, como el sueco, entran en profundas crisis que llevan a una redefinición radical de los mismos que apunta a empoderar al ciudadano en vez de a la clase política y a abrir los monopolios estatales de los servicios del bienestar a una amplia gama de proveedores, incluyendo al sector privado.
Esta era liberal va a conocer, especialmente a partir del impacto de la gran crisis financiera de 2008-09, un vuelco cada vez más nítido en las democracias desarrolladas. Sin embargo, los fundamentos de este vuelco estaban gestándose desde antes y se relacionan con una distribución cada vez más desigual de los beneficios del progreso y un amplio proceso de desindustrialización que, sumado a fuertes migraciones, crearán aquel síndrome de amenaza, desprotección y frustración que terminará produciendo fenómenos como los grandes movimientos populistas y nacionalistas de Europa continental, el reciente Brexit o el aún más reciente triunfo de Donald Trump. Se trata de la otra cara de la globalización, que si bien ha generado un espectacular progreso global también conoce perdedores que no parecen resignados a asumir un destino poco halagüeño.
Estos desarrollos encuentran su complemento en la involución autoritaria de una serie de Estados que formaron parte de la Unión Soviética o de su esfera de influencia. Las formas democráticas han sido vaciadas de todo contenido liberal en un país como Rusia, pero lo mismo ocurre en Turquía o en Filipinas, para no hablar del tipo de democracia populista e iliberal que surgió en América Latina a partir del ascenso al poder de Hugo Chávez en Venezuela y de sus secuaces bolivarianos en Nicaragua, Ecuador y Bolivia. Por su parte, la esperanza de la “primavera árabe” no fue más que eso, una esperanza que terminó dando pie a regímenes de fuerza, Estados fallidos y el auge del islamismo yihadista. Finalmente, la dictadura china ha estado endureciéndose desde el ascenso al poder de Xi Jinping en noviembre de 2012 y desplegando, tal como Rusia, una política exterior cada vez más agresiva.
Chile no ha estado ausente de este cambio de ciclo a partir de la irrupción, en 2011, de las corrientes radicales de izquierda que terminaron determinando el rumbo del segundo Gobierno de Michelle Bachelet. La panacea del Estado todopoderoso ha resurgido, apuntando hacia una agenda refundacional inspirada en formas iliberales y asambleístas de entender la democracia. Todo indica que en la elección presidencial venidera se enfrentarán no sólo dos formas antagónicas de concebir el futuro del país sino, sobre todo, dos maneras opuestas de entender la política. Será un momento decisivo que resolverá si nuestro país se pliega de manera plena a la oleada antiliberal que marca nuestro presente.