Lo políticamente correcto
«Estamos desconectados de la realidad. Salimos a la calle a buscar las historias que teníamos en nuestras mentes en lugar de reportar las que estaban ahí fuera». Opinión sintomática de la presidenta de la RAI, a propósito del triunfo de Trump, en el foro internacional Paley Center, que este jueves ha reunido a los directivos de las principales empresas de comunicación y entretenimiento del mundo. «Hemos dejado de ser intermediarios en el proceso de la comunicación», agregó el presidente del Grupo Prisa (diario El País), en un reportaje que se titula «Grandes medios entonan un mea culpa«.
¿Qué ha sucedido? Las explicaciones son muchas. Pero hay una insuficientemente explorada: y es que uno de los grandes derrotados en las elecciones estadounidenses ha sido el movimiento de «corrección política» (pollitical correctness ), con su inquisidor «lenguaje políticamente correcto» (pollitically correct language).
Recordemos que la «corrección política» nació en el seno de la intelectualidad liberal (de izquierdas), que veía cómo el dominio político en la década de los ochenta estaba en manos republicanas. En los noventa, al no cuajar la revolución ideológica, llevaron a cabo una revolución semántica, y tras ella, la propagación de un pensamiento único para comunicarse y expresarse «correctamente» mediante raseros hábilmente explorados (igualdad, no discriminación, globalización, etcétera). De ahí la serie de calificativos de culpabilización social para silenciar a los incorrectos: «intolerantes», «homofóbicos», «xenófobos», «sexistas», y otros, recurrentes en el discurso de Hillary Clinton contra los que llamó «la cesta de los deplorables».
La victoria de Trump (como el Brexit y el «no» en Colombia) parece ser, desde este ángulo, una luz al final del túnel, una liberación o al menos una problematización de lo políticamente correcto. Una reivindicación de esa enorme prerrogativa de las democracias, y que a veces se nos olvida, que es la capacidad de disentir de la «opinión común». Lo que es de especial importancia en los EE.UU. Porque como ya constataba Christopher Lasch, en «La rebelión de las élites» (1995): «Las masas han perdido todo interés por la revolución, sus instintos políticos son más conservadores que los de sus autonombrados portavoces y supuestos liberadores. Después de todo, son las clases obreras y media-baja las que favorecen la limitación del aborto, se aferran a la familia con dos padres como fuente de estabilidad en un mundo turbulento, se resisten a experimentar con estilos de vida alternativos y tienen reservas sobre la acción afirmativa y otras empresas de ingeniería social a gran escala…».
Como para pensarlo.