Tiempos Difíciles
Al cumplirse un año y ocho meses de la administración de la Nueva Mayoría se aprecia que en los temas de mayor preocupación en la opinión pública, esto es Educación, Salud y Delincuencia, el Gobierno no obtiene buenas calificaciones. Luego, cabe preguntarse si la actual situación del Gobierno de Bachelet se asemeja a la que se observaba en los 18 meses iniciales de su primer mandato (2006-2010).
Al comparar las distintas encuestas disponibles (CEP y Adimark) con igual período, las diferencias superan los 10 puntos porcentuales en la aprobación global. A modo de ejemplo, en octubre de 2007 en la encuesta Adimark Bachelet tenía una aprobación de 39%, en octubre de 2015, 29%. Por su parte, en el caso de la encuesta CEP en julio de 2007 la aprobación alcanzaba el 41%, en agosto de 2015 era de 22%. Algo semejante ocurre en la desaprobación por áreas.
Las preguntas, en ese entonces y ahora, tienen que ver con, por una parte, los efectos electorales y políticos en la coalición, y por otra, la velocidad de recuperación de la popularidad al final del mandato, como podría esperarse.
En efecto, si asumimos que el nivel de aprobación tiene cierta inercia, la que también depende del nivel del cual se parte (cuan bajo o alto sea), las respuestas a ambas preguntas no parecen muy auspiciosas.
Por otra parte, la encuesta UDD deja en evidencia que en términos del efecto de recordación hoy las diferencias con las evaluaciones con otras administraciones son altas. Las notas de reprobación (1 a 3) de la mandataria son las más altas, incluso versus su primer Gobierno (53% hoy contra 30% de su primer mandato). Ahora bien, podría decirse que estamos comparando el período de Bachelet hoy con el promedio de la gestión completa de otros presidentes, incluido ella. Sin embargo, si es que existe un sesgo, éste también estaría afectando para bien o para mal en todos los casos. A mayor abundamiento, como ya se mencionó, en períodos semejantes el Gobierno de la Nueva Mayoría hoy exhibe menor apoyo, lo que podría tener impacto a futuro.
Lo anterior, exige del Gobierno un trabajo comunicacional y ajuste programático complejo. Dicho en otros términos, mucho más pragmatismo en lo que queda de Gobierno. Depender de la suerte no parecería una buena estrategia, pues si bien ella, como lo señala Maquiavelo, es como un río desbordado que arrasa todo a su paso, la importancia de tomar precauciones y anticipaciones antes de decidir, permite mitigar los efectos de las malas decisiones y de la propia suerte.
Ahora bien, los ríos desbordados en estos momentos son precisamente aquellos respecto de los cuales menores prevenciones se han tomado. Un ejemplo es la delincuencia. Históricamente en los últimos 20 años, a pesar de las muestras de descontento que se aprecian en la opinión pública, la aproximación al tema ha sido muy tímida por decirlo menos.
En el caso de la educación, si bien aparecía como un elemento central del programa de Gobierno, los últimos 18 meses dejan cierta sensación de improvisación, de una lógica de ensayo-error más que una propuesta armada y estructurada, con un análisis estratégico de sus efectos. Si bien esto podría haber respondido a que el único propósito era la puesta en práctica de un modelo con independencia de sus efectos electorales, para qué entonces tanta cesión en muchos frentes que incluso han desfigurado las ideas originales de dicho modelo. En buenas cuentas, parece mas claro que no se anticiparon los efectos de la propuesta programática en educación, porque no se tenía un plan ni las propuestas estaban debidamente articuladas.
Por último, en el caso de salud el problema parece más delicado aún. Esta es una verdadera sorpresa, en el sentido que nunca se calibró el efecto que tendría detener los procesos de expansión de la inversión en salud, sumado al malestar producido por los ya clásicos problemas de la atención.