¡Libertad!
Así grita William Wallace al final de la película «Corazón Valiente» en una notable escena que apela a una cuestión instintiva, la defensa de la libertad. La libertad es importante por un tema de principios pero no pretendo ahora teorizar sobre el ámbito filosófico, sino más bien reflexionar sobre un aspecto práctico: la conexión entre libertad y competencia.
El ejercicio de la libertad es, por excelencia, la fuente de opciones competencia y genera, en última instancia, más libertad. Un ejemplo: el sistema telefónico en Estados Unidos (y en el mundo) no cambió significativamente mientras AT&T fue un monopolio legal. Cuando en 1982 se termina este monopolio, otras personas tuvieron la libertad para desafiar a AT&T, lo que se tradujo en una explosión de creatividad e innovación. Surgieron muchas nuevas opciones y adelantos tecnológicos que beneficiaron grandemente a las personas, haciéndolas, en definitiva más libres.
Más libertad, más competencia y más competencia, más libertad. Un círculo virtuoso que no es sólo válido en la vida material, sino que también en ámbitos como educación, política y salud; en definitiva, en todas las esferas de la vida. La libertad no debe reducirse a garantizar que algunos puedan elegir regulando a otros, sino que debe ampliarse para garantizar que las personas tengan la posibilidad tanto de elegir, como de ofrecer e interactuar libremente.
A riesgo de ser impopular, creo que debemos cultivar una cultura de más competencia (que no es la antítesis de la colaboración como algunos quieren hacer creer), cultura que sólo puede surgir al ampliar los espacios de libertad. Justo en contra de lo que muchos sostienen hoy, debemos ir en contra de la homogeneización y los estándares, sospechar de las asociaciones de iguales que buscan protección, apostar por la diversidad romper las barreras de entrada; en definitiva, hacerle la vida más fácil a los no titulares, a aquellos que quieren desafiar el status quo.
La libertad a la que apelaba Wallace era básica, la de un pueblo sometido a otro. Se trata de una mirada histórica y gruesa que hoy convocaría a la gran mayoría de las personas. Pero la libertad es mucho más cotidiana y fina que eso, y muchas veces se pone en riesgo sin que nos demos cuenta, sin ser sometidos por otra nación, sin armas o ejércitos, sino que por un conjunto de ideas que, apelando a conceptos vagos como la justicia o la igualdad, terminan por imponerse a un concepto tan claro como la libertad.
Debemos estar vigilantes y convocar a otros a la defensa de estos principios. Debemos hacer pasar todas estas «nuevas ¡deas» que escuchamos día a día por el filtro de la libertad. Las ideas en discusión en educación, salud, impuestos, trabajo, marco constitucional, entre otros ¿pasan este filtro? ¿Son medidas que entregan más libertad a las personas o más bien los someten a grupos de poder? ¿Han mostrado ser fuente de más libertad y prosperidad en otras partes del mundo o todo lo contrario? No confundamos las legítimas ideas y deseos personales que están en la esfera de la decisión individual con regulaciones generales que nos afectan a todos y reducen nuestro derecho a tomar nuestras propias decisiones y construir nuestras vidas de acuerdo a lo que cada uno entiende como mejor para sí y los suyos.