Necesario punto de inflexión para una política más proba
Siete minutos bastaron para poner fin a 11 meses de Sebastián Dávalos como Director Sociocultural de la Presidencia. Leyendo un escueto comunicado agradeció a su equipo, repasó sus logros y rechazó haber cometido un ilícito. Oficializó su renuncia al cargo y se comprometió a seguir trabajando por el país, pero ahora como ciudadano. Sin permitir preguntas a los periodistas que lo escuchaban bajo el intenso sol en el patio de La Moneda, se retiró de escena.
Una semana pasó desde que se publicaran los detalles del provecto Machalí, y las ganancias que este había generado, hasta que Dávalos dimitiera de su cargo. Tiempo suficiente para que los medios le dedicaran centímetros y centímetros de noticias. Una semana en el mundo político es poco tiempo, pero es equivalente a una eternidad cuando se es sometido al juicio de la opinión pública. El daño a la imagen de Dávalos era evidente y, por supuesto, amenazaba con llevarse por delante al Gobierno y a su actor más preciado: su madre, la Presidenta de la República.
Los hechos, a lo menos irregulares, chocaban frontalmente con el tan proclamado relato que les sirvió para empujar la Reforma Tributaria. El relato de no más abusos, aquel que hacía alusión a los «poderosos de siempre» queda, a lo menos, en entredicho.
La gestión de la crisis por parte del Gobierno fue de desmarque, un trato entre privados fue lo que argumentó el ministro (s) secretario general de Gobierno, José Antonio Gómez, dejando en claro que desde la Moneda eran ajenos a lo ocurrido. Poco más tarde, el ministro de interior Rodrigo Peñailillo reafirma lo dicho por Gómez y agrega la necesidad de que Dávalos dé las explicaciones necesarias. Un claro punto de quiebre, donde el ejecutivo lo «fuerza» a dar la cara. La renuncia del hijo de la Presidenta era inminente, pero sólo él controlaba los tiempos.
Ahora la Presidenta tiene dos caminos, reincorporarse a sus actividades pasando la página y no refiriéndose al tema, o la oportunidad de dar un golpe de timón. Un giro quizás esperado por la ciudadanía, que puede demostrar que no «sacrificó» a su hijo en vano y que de aquí en adelante será implacable contra las irregularidades de sus funcionarios.
Una nueva hoja de ruta con la transparencia como pilar, pudiendo incluso incluir o exigir a las otras formaciones políticas a que se unan en este nuevo camino. Tiene la opción de transformar esta crisis en una oportunidad. Ahora veamos si está la voluntad.
El que apuesta a la teoría del empate se equivoca. Estamos al frente de una goleada a la ciudadanía, del alimento perfecto para la voraz desafección política y en alto riesgo de un jaque mate a la confianza ciudadana.