Ciencia, turismo e innovación para el extremo austral
En una reciente expedición a Puerto Williams —el poblado más austral del globo— organizada por la Red de Alta Dirección (RAD), de la Universidad del Desarrollo, un grupo de unas 40 personas procedentes del mundo académico, del sector público, del ámbito empresarial y de los medios, acompañadas de destacados científicos internacionales, tuvimos la oportunidad de reflexionar acerca de los efectos ecológicos del cambio climático, de temas éticos vinculados a nuestra interacción con el medio ambiente, y del enorme potencial que tiene la zona subantártica chilena como laboratorio natural para investigaciones científicas de alto nivel.
En este marco, con visitas a lugares de gran belleza natural, con flora y fauna endémica a ellos, y con una herencia cultural única legada por las comunidades yámanas, resulta natural concluir que la capacidad de esa zona para generar riqueza científica, tecnológica, turística y etnográfica, de cara a un siglo XXI inmerso en la sociedad del conocimiento, está lejos de estar aprovechada en todo su potencial.
Ante una vivencia de ese tipo, es imposible no concluir en la necesidad de mejorar acceso, para que un mayor número de personas, nacionales y extranjeras, puedan tener la experiencia de visitar parajes únicos en el mundo, no solo por su belleza insuperable y el exótico ambiente de «fin de mundo» que allí se siente, sino además por el significado que ella tiene para la historia de la navegación y de la ciencia.
Al respecto, resulta indispensable establecer términos de referencia adecuados para desarrollar dicho turismo, que ponga énfasis en las rutas marítimas más que en los desplazamientos terrestres, pues su prístina flora y fauna, inserta en frágiles ecosistemas, requiere ser preservada para mantener su atractivo, y desarrollar así un turismo de siglo XXI que supere los esquemas del siglo XX.
No obstante, pensamos que el potencial de esta zona excede largamente al turismo: desde luego, la región subantártica es la mejor puerta de entrada al territorio antártico, pues se encuentra a un tercio de la distancia que hay hasta él desde otros continentes, una posición literalmente única. Asimismo la Antártica es el único territorio del planeta que se administrará de manera colectiva por la comunidad de países, y Chile, por su posición geográfica, podría liderar este experimento, con Punta Arenas como la capital científica del continente blanco.
Nuestro país tiene el privilegio de tener acceso, a través de su zona subantártica y antártica, a uno de los «laboratorios naturales» más espectaculares, únicos e irrepetibles del planeta, cuya importancia científica y tecnológica no ha sido aún suficientemente destacada.
Una impresionante muestra de ello es la iniciativa liderada por el científico chileno Ricardo Rozzi, en el Parque Etno-botánico Omora, de Isla Navarino, parte del gran territorio marítimo y terrestre reconocido en 2005 por la Unesco como Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos.
En un área especialmente protegida se combinan actividades de investigación científica, educación, conservación y turismo informado, única en su género. Como esta, muchas otras iniciativas podrían ser desarrolladas con un enfoque similar transformando a toda la zona en un polo científico-turístico de gran proyección, sin mencionar siquiera su importancia geopolítica. Para impulsar iniciativas de esta naturaleza es fundamental innovar en la forma como se implementan, y para esto hay un amplio campo de acción para alianzas público-privadas, en las cuales la Armada de Chile desempeñaría un rol fundamental.
Chile puede ser reconocido como un protagonista principal en el gigantesco esfuerzo colectivo por resolver las preguntas fundamentales que acompañan a los humanos desde siempre —el origen del universo en los cielos del norte y el origen de la vida a través de los organismos extremófilos de la Antártica y del desierto de Atacama—, impulsando, para contestarlas, el desarrollo de tecnologías de punta y generando, de paso, un turismo de intereses especiales del más alto nivel.
Todo esto, de más está decirlo, pondría al país en el corazón del siglo XXI.