Tres vivencias en educación
1. El Instituto Nacional… o la droga: Más que los argumentos, lo que importa es la vida misma. Cuando fui elegido alcalde de Santiago, tenía solo un conocimiento superficial de los liceos emblemáticos. Al bajar del auto en Plaza de Armas, diariamente varias personas se acercaban con sus peticiones. Me empezó a llamar la atención que en cierta época del año las peticiones comenzaban a ser distintas: «Necesito que mi hijo quede en el Instituto Nacional».
Existía el mito de que el alcalde tenía «pitutos» para esa admisión. Una vez, una mamá de La Pintana, que me había esperado por horas, insistió tanto que subió a mi oficina. Y me contó su drama. Me dijo que era madre soltera y se había desvivido por su hijo de 12 años. Que a punta de esfuerzo su hijo tenía uno de los mejores promedios de su liceo y que quedar en el Instituto Nacional era «de vida o muerte» para él.
Le pregunté por qué. Llorando me dijo que el Nacional era el «pasaporte» que le aseguraba salir adelante en la vida. Que así le iría bien en la PSU y que podría estudiar en la universidad que quisiera, y con beca. Le pregunté: ¿Y qué pasa si tu hijo no queda? Su respuesta me mató: «Si no queda, lo voy a perder». Pero ¿cómo lo vas a perder?, le pregunté. Y me respondió: «Sí porque va a caer en la droga».
La conversación con esa mamá de La Pintana me enseñó dos cosas: que al Instituto Nacional y los liceos emblemáticos había que cuidarlos, porque detrás de ellos hay miles de familias de barrios populares que les inculcan a sus hijos la ética del esfuerzo y del rigor, pensando en alcanzar ese sueño. Detrás de la hoy vilipendiada «selección» está el premio al esfuerzo y la meritocracia. Aprendí también que como postulaban cuatro mil y solo había 700 vacantes, necesitábamos más Institutos Nacionales y Liceos 1 que se transformaran en la vía rápida a la movilidad social para miles de jóvenes talentosos y esforzados de familias que no podían pagar un colegio particular. Eso son los 60 Liceos Bicentenario en que me tocó participar después como ministro.
2. Las cabañas de Maitencillo: Mi primer contacto con el Instituto Nacional lo había tenido en la reunión con los rectores de los 50 colegios que dependían de la municipalidad. Era para preparar el presupuesto del año siguiente, y todos pedían plata. El rector era don Sergio Riquelme gran profesor, que encabezó el Nacional por 14 años. Me adelanté a la petición y le dije: Usted no necesita plata para mejorar porque ya su colegio es el mejor de Chile. Su respuesta me descolocó: «Yo no compito en Chile. Quiero que mis alumnos sean mejores que los de Singapur. Con ellos vamos a tener que competir en el futuro».
Discutimos muchas veces si el Instituto Nacional era bueno porque recibía buenos alumnos, o si realmente «agregaba valor». El estaba convencido, y lo atribuía al equipo de profesores y a unos «retiros» de fin de semana por los que tenían que pasar todos los alumnos, que se realizaban en unas cabañas en Maitencillo. Ahí se aprendía «la fórmula del éxito».
Pero la verdadera importancia para Chile del Instituto Nacional y de los liceos emblemáticos la vine a entender después. Don Sergio Riquelme me invitó a la comida de egresados en que se celebraron los 190 años del Instituto. Me ofreció la palabra. El otro orador, en nombre de los egresados, fue Carlos Ominami.
Ahí aprendí no solo que por el Instituto Nacional pasaron dieciocho presidentes de Chile, sino que junto con los otros liceos emblemáticos fue decisivo en la conformación de una élite profesional, de clase media, republicana y laica, que era el contrapeso de la otra élite que provenía de los colegios católicos particulares pagados. Y el Chile de hoy es lo que es por esas dos élites. Los presidentes que hemos tenido desde la vuelta a la democracia lo reflejan nítidamente. Aylwin egresó del INBA, Lagos del Nacional y Bachelet del Liceo 1, Frei del Luis Campino y Piñera del Verbo Divino. Ojalá que, pese a la insólita apelación del municipio, la Corte Suprema ratifique el fallo de la Corte de Apelaciones que defiende el derecho a tener clases y a impedir las tomas que están destruyendo al mejor liceo público de Chile.
3. La Cony se va del «Carmela»: Pasaron los años. Como ministro el 2011 conocí a toda una generación de líderes estudiantiles de los liceos emblemáticos. Había un grupo que se oponía a las tomas porque no quería perder clases. Una de ellas era Cony del Carmela Carvajal de Providencia. Una líder en potencia, y también «matea». Me sorprendió que me llamara a comienzos de este año. Quería saber si como ex alcalde tenía posibilidad de ayudarle a entrar al San Francisco del Alba, colegio municipal de Las Condes. ¿Y qué pasó? «Me voy del Carmela porque me perjudica el ranking de notas, y necesito máximo puntaje porque quiero estudiar Medicina», me dijo. Pensé que estaba equivocada. Ahora me doy cuenta de que tema razón. Le «convenía» cambiarse a un colegio de menor calidad. Los que se equivocaron fueron lo que diseñaron el ranking, un «mini Transantiago» provocado por el propio CRUCh.
Esta no es para mí una simple colección de anécdotas. Aprendí que a los liceos emblemáticos hay que cuidarlos y multiplicarlos. Y que no hay que hacer experimentos con la educación de los hijos de familias de esfuerzo. Los cambios, que son necesarios, hay que analizarlos muy bien con cada una de sus consecuencias. Y actuar sobre seguro.