Aprendiendo a lidiar con las emociones negativas en la infancia
Es común que los niños a partir de los 2 o 3 años comiencen a mostrar con mayor intensidad reacciones de rabia y frustración cuando las cosas no salen como ellos quieren. Estas manifestaciones pueden incluir llanto, la rebeldía a los mandatos paternos y pataletas.
Hace algunos años, era común escuchar que la mejor solución a estas conductas era dejar a los niños solos y que lloraran hasta que se cansaran. En la actualidad múltiples investigaciones han demostrado que este tipo de respuestas tienen un impacto negativo en del desarrollo emocional de los niños.
Desde los primeros meses de vida, somos los padres los encargados de enseñarles como calmar estados emocionales desagradables, en un principio calmándolos nosotros y luego, entregándoles mensajes claros sobre qué hacer cuando están enojados, tristes o frustrados.
Para que este aprendizaje sea significativo, hay tres elementos centrales a considerar. En primer lugar, cómo los padres respondemos a las emociones negativas de los niños. Este es un momento tremendamente valioso para enseñarles a controlar estos estados emocionales, mediante acciones concretas: contenerlos con un abrazo, distraerlos, hablarles mirándolos a los ojos y explicándoles que sabemos cómo se sienten pero que en ese momento no podrán obtener lo que quieren. Estudios han mostrado que cuando los padres inician estas acciones los niños aprenden a utilizarlas por si solos en otras ocasiones. Es decir, aprenden a calmarse y logran ser más autónomos para regular sus emociones.
Un segundo aspecto importante es qué mensajes transmitimos a los niños sobre las emociones.
Por ejemplo, si nuestro discurso es que «los débiles muestran las emociones» o que «es malo expresar lo que nos pasa», es probable que los niños inhiban su expresión emocional, lo que es riesgoso, pudiendo generarse problemas como la somatización, o niños que tienen explosiones conductuales cuando no aguantan más.
Finalmente, resulta fundamental cómo los padres regulan sus propias emociones. Es claro que somos el modelo para nuestros hijos, por tanto, si cuando estamos enojados gritamos o respondemos inadecuadamente, estamos enseñando eso a los niños.
Debemos recordar que ellos nos observan todo el tiempo, por lo que también debemos esforzarnos por adquirir formas de responder que nos gustaría ver replicadas en nuestros hijos, fomentando siempre un clima emocional positivo en el hogar.