Una mala primera impresión
Es complejo el balance de estos primeros 50 días, primero porque es difícil recordar un gobierno que iniciara su mandato en mejores condiciones, con mayor libertad de ejercicio, gracias a las mayorías con que cuenta en el parlamento, y un apoyo ciudadano relevante. Pero hoy que vemos un clima político muy enrarecido, polarizado y el uso de un lenguaje a ratos impropio de una democracia cabe la pregunta de sí la falta de manejo y experiencia política, no le estará pasando la cuenta a este gabinete de la dupla formada por los ministros Peñailillo y Arenas provocando que en la dimensión política al menos se haya formado una mala primera impresión.
La reforma tributaria elaborada por el Ministro de Hacienda ha perdido consistentemente apoyo de los chilenos a medida que se ha ido conociendo. Esto, producido por la disputada entre oposición y gobierno, sobre quienes soportaran los costos de la reforma. Así la convicción de que esta alza de impuestos terminara afectando el bolsillo de la clase media ha ido derrotando la afirmación del gobierno de que sólo pagará el 1% más rico.
Lo misma estrategia de enfrentamiento se ha reproducido con la introducción en la agenda de la reforma electoral, donde el ministro Peñailillo ha encabezado los ataques a quienes no comparten los planteamientos y propuestas del gobierno. Olvidando que a diferencia de la reforma tributaria, el cambio del sistema electoral necesita superar un quorum para el que no basta el oficialismo ni siquiera los votos de los independientes, sino que requiere directamente de votos de la oposición.
El mal manejo político de estos ministros al plantear así la reformas, tratando de arrinconar, en vez de sumar, no pone en ningún caso en riesgo el resultado pero ha facilitado el trabajo de la oposición y provocando que pese a que inicialmente tenían posiciones distintas los partidos de la oposición, han visto la oportunidad de enfrentar unidos esta reforma como un primer paso en la rearticulación de la centroderecha.
El protagonismo de ambas reformas ha centrado la agenda e invisibilizado incluso a la propia Presidenta y otras áreas de su gestión, aunque se ha mantenido al margen de la discusión limitando sus intervenciones en torno a las reformas y multiplicándolas en pequeñas pautas de temas como los bonos de marzo y de invierno, el puente de Chacao y otros anuncios. Evitando la contaminación de su imagen con las disputas políticas y provocando que las críticas de la oposición hasta ahora se hayan centrado solo en los ministros respectivos.
La decisión de avanzar rápido en estas reformas se entiende en que el gobierno prefiere asumir los costos más temprano en su mandato y no durante el periodo electoral, aprovechar su capital político en sacar adelante estas reformas comprometidas en la elección. Pero la propia Presidenta Bachelet sabe la importancia de no arriesgarse a bajar mucho en su evaluación ciudadana, ya que constituye el pegamento esencial de la construcción de su Nueva Mayoría, porque las señales de baja en el apoyo de las reformas podría tentar aún más a la oposición e incluso abrirle críticas dentro del propio oficialismo.
Si a este cuadro le sumamos que en el corto plazo debiera empezar a concretarse la reforma educacional, podemos asumir que la necesidad del gobierno de corregir y mejorar el ambiente político de uno de abierto enfrentamiento cuando no de descalificación a uno más favorable a la construcción de acuerdos, debiera hacer meditar a los actuales ministros de como son parte de la construcción de ese mejor ambiente de diálogo, bajo el riesgo de dejar de ser útiles ante la necesidad de cambio en la relación gobierno y oposición.
Ya en su primer gobierno la Presidenta Bachelet entendió y ejecutó con precisión, modificaciones en su gabinete que le provocarán un cambio en la dinámica política y dejarán atrás etapas de duro enfrentamiento para iniciar otras de mayor diálogo y acuerdo, más propicias para consolidar un apoyo que vaya más allá de la propia trinchera.