Voto y responsabilidad
El libre ejercicio de un derecho nunca está libre de asumir la responsabilidad correspondiente. En la última elección fueron casi la mitad de los chilenos con derecho a voto los que decidieron no ir a votar. Las razones son tan variadas y diversas que son difíciles de agrupar, pero el efecto sobre nuestra democracia es claro: se resiente.
La participación ciudadana en la elección de nuestras autoridades es la esencia del sistema democrático, por lo que el que sea amplia y mayoritaria, es un claro signo de fortaleza; pero cuando las elecciones dejan de ser convocantes y, pese a las reformas políticas implementadas con el objetivo de aumentar la participación, vemos que ésta disminuye, es necesario al menos evaluar si los cambios han ido o no en la línea correcta.
El mayor resguardo al ejercicio de la libertad es la responsabilidad y el ser consciente de que un acto individual o, en este caso, el legítimo ejercicio de un derecho, genera consecuencias no siempre previstas, pero que terminan impactando fuertemente en nuestro desarrollo como país.
Así, es preocupante que los cambios del escenario político electoral, de la composición del Congreso, se estén produciendo o se expliquen ahora con el voto voluntario más que por la votación de los electores entre las distintas candidaturas, como había sido la tónica hasta ahora en las elecciones con voto obligatorio.
Otra señal que se produce con la alta abstención es la polarización. Los electores que siguen votando con voto voluntario no son similares en características a los que se quedan fuera. Los que siguen votando son los más politizados e ideologizados, los más intensos en sus preferencias. De esto, se han dado cuenta las distintas campañas y han centrado en este perfil de electores su discurso, dejando fuera de la agenda pública los temas que no generan polarización, y por lo tanto, votos.
Ni siquiera la mayor diversidad de oferta política, manifestada en la presencia de nuevos candidatos, partidos y movimientos en la papeleta, pudo cumplir con una expectativa de mayor participación. La pérdida de protagonismo del elector más moderado e independiente no es una buena noticia. Este perfil de electores había sido hasta ahora el foco principal de competencia por quienes aspiraban a dirigir el país; hoy, por su alto nivel de abstención, en la práctica no son considerados por los mensajes o propuestas de las diferentes candidaturas.
Una sociedad que deja en manos de pocos lo que nos debiera importar a todos, es un efecto complejo para nuestra democracia; la baja participación, sin embargo, no debe ser ocultada regresando a la obligatoriedad del voto, como parece ser la tentación de una parte de nuestros políticos. Debemos, eso sí, tomar conciencia que el ejercicio de nuestra libertad puede generar efectos indeseados sobre la legitimidad del sistema político, y que si queremos conservar el voto como un derecho y no una obligación, debemos ser muy responsables en su ejercicio.
La participación ciudadana en la elección de nuestras autoridades es la esencia del sistema democrático, por lo que, el que sea amplia y mayoritaria, es un claro signo de fortaleza.