De píldoras, dólares y vejez
Era 1965 y atrás quedaban los días de Kennedy y la «Alianza para el Progreso», la nueva administración en la Casa Blanca llegaba a la conclusión de que más que gastar sus dólares en promocionar el avance social de sus vecinos del Sur, lo más eficiente (y barato) era controlar su natalidad, a fin de tener menos pobres a los que ayudar. Esta idea se sintetizaba en la frase del Presidente Lyndon Johnson «cinco dólares invertidos en el control de la población equivalen a cien en crecimiento económico». La misma afirmación la encontramos en Robert McNamara, antiguo secretario de Defensa y presidente del Banco Mundial, órgano internacional que se convertiría en uno de los adalides de las políticas antinatalistas. Extraviados en prejuicios e ignorancia neomalthusiana, estos políticos lograron un increíble éxito cuyas consecuencias hoy pagamos todos. En Chile, el gobierno del señor Frei Montalva, recibiría con entusiasmo las donaciones de millones de píldoras anticonceptivas, las distribuiría alegremente en consultorios y hospitales y propiciaría el control natal bautizado por la gente sencilla como política de «la parejita» de hijos.
Han pasado casi 50 años y los resultados están a la vista. Del país joven, cuyo tercio más fuerte era el de los menores de 35 años en los 70 y 80 hemos pasado al envejecido Chile de 2013, un país por mucho bajo la tasa de recambio imprescindible (2.1 niños nacidos por mujer) ya no para que nuestra población se incremente, sino para sólo mantenerse estable.
Hemos caído bajo los límites que la prudencia aconsejaba (1,78) como resultado de casi medio siglo de políticas antinatalistas irresponsablemente asumidas por gobiernos de más distinto signo político.
Aún es tiempo de enmendar. En su momento Suiza lo logró, con las campañas «Pro Juventute» que aún hoy se realizan anualmente. Pero si no reaccionamos a tiempo nos transformaremos en una más de esas viejas sociedades cuya espiral demográfica descendente las terminó borrando de la faz de la tierra. Pues si hay algo que nos enseña contemplar la historia de los pueblos más antiguos, es que la caída sostenida y prolongada en la tasa de natalidad es signo inequívoco de decadencia. Bienvenidas sean las ayudas, los bonos y cuanto instrumento pueda imaginarse para estimular nuestra demografía pero no olvidemos que en el núcleo del problema se encuentra la falta de una defensa adecuada de la familia, del compromiso de los matrimonios con sus hijos y de éstos con el país. ¡Chile necesita a sus niños!