Democratizar la creatividad
El siglo XXI ha fijado nuevos estándares de complejidad y la competitividad con los que debemos acostumbrarnos a lidiar. Ya no podemos planificar con una mirada local o fijar plazos de trabajo de dos o tres años. La nueva realidad en que estamos inmersos nos obliga a proyectar nuestros esfuerzos pensando para diez años o hasta 20 años incluso, y esbozar posibles respuestas para desafíos que aún no imaginamos. Tal como lo establece el reciente libro que ha presentado el Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad, debemos dejar de elaborar estrategias para desarrollar la habilidad de «surfear las olas»; mantenernos arriba de la tabla para, en el momento menos esperado, poder montar la ola que nos permitirá hacer la pirueta que sorprenda a todos en la playa. En este sentido resulta claro hoy que las empresas deben entender que sus esfuerzos innovadores no pueden descansar exclusivamente en gurúes o en expertos. Si toda la organización no se compromete con la creatividad y la innovación, será entonces imposible sortear el tsunami de cambios que se avecina. Ahora, la pregunta siguiente es: ¿están todos llamados a ser innovadores? Probablemente no; ser innovador requiere de una serie de características particulares que deben trabajarse con rigurosidad (debe haber método manejo de la incertidumbre, liderazgo, etcétera). Messi es único e irrepetible y sus piruetas con el balón difícilmente podrán ser imitadas por sus compañeros menos hábiles.
Pero en el Barcelona todos saben que deben ser creativos y llegado su momento, hasta el defensa menos diestro sabe que está llamado a hacer un lujo si eso coopera con el objetivo final del equipo. Todos somos creativos y estamos llamados a demostrarlo. Es, por tanto, una misión de las empresas reconocer y fomentar esa realidad.