Pablo Longueira
Sin duda la decisión que tomó Pablo Longueira, hasta el miércoles el candidato presidencial de la centroderecha, debe ser la más difícil de su vida. Habiendo triunfado en las primarias en sólo 60 días, debía renunciar a su candidatura, demostrando un sentido de responsabilidad que lo ha acompañado toda su vida pública. Una enfermedad le impedía asumir en un ciento por ciento su campaña presidencial.
Para la UDI se trata de un momento doloroso y duro en lo humano. La mayoría de sus dirigentes han compartido una vida junto a Pablo Longueira; también desde la oposición se generó una solidaridad y empatía con su decisión y complejo momento reflejada en las palabras de Michelle Bachelet y de los presidentes de partidos de la Concertación. No sólo era el candidato del oficialismo el que quedaba fuera; para muchos de ellos era uno de los líderes republicanos de la centroderecha, por lo que sentían su ausencia como una pérdida para todo el sistema político.
En lo inmediato la UDI y RN se ven en la obligación de responder a la altura de las circunstancias, elegir un nuevo candidato o candidata y recuperar el ambiente de unidad perdido después del resultado de las primarias. No olvidemos que uno de los factores del triunfo de Pablo Longueira en la primaria fue que logró posicionarse como el candidato de la unidad, incorporando al gobierno y a los independientes, por lo que respetar la decisión de las más de ochocientos mil personas que votaron en la primaria, y enviaron este mensaje de unidad debiera ser prioritario para los partidos. Enfrentar la elección divididos por la incapacidad de consensuar un candidato único puede ser el anticipo de un desastre electoral en noviembre próximo.
Si la unidad es un primer requisito, el ser alguien nuevo es un segundo atributo deseable en esta búsqueda.
Esto haría más fácil que los equipos de los diferentes partidos se integren con rapidez si se eligiera a un candidato o candidata que no haya sido parte de los procesos anteriores y que por lo mismo diera garantías a ambos partidos.
Dentro de RN y la UDI puede estar la tentación de ir divididos cada uno con un candidato propio, recordando el escenario vivido también frente a Michelle Bachelet el año 2005 pero la distancia es demasiada para que la analogía sea válida, y los costos de la división en la centroderecha son evidentes. Siempre ha sido sinónimo de derrota electoral y significaría perder el atributo de gobernabilidad, el que fue clave en su éxito electoral del 2009.
Para el gobierno esta nueva incertidumbre no le llega nada bien. Si no logra instalar la necesidad de un candidato único verá esfumarse su diseño de apoyo al candidato oficialista y deberá mantenerse al margen como lo hizo en la primaria. Esto es una desventaja más para los partidos de gobierno que ya contaban con ese apoyo como una forma de revertir un escenario que ya era complejo; por lo anterior, es esperable que el rol del gobierno y del propio Presidente Piñera sean clave tanto en que haya un candidato único, como en quién sería finalmente.
La Alianza y sus partidos enfrentan quizás la coyuntura más determinante frente a su futuro no sólo electoral sino político. De lograr salir fortalecidos y unidos de esta crisis se abre la posibilidad incluso de sorprender y remecer el escenario electoral.
Si los partidos de la Alianza quieren impedir un desastre electoral en noviembre, deben evitar enfrentar la elección divididos y buscar un candidato único, idealmente que sea alguien nuevo.