Rabia, gritos y estallidos
Con una frecuencia cada vez mayor es posible apreciar en nuestro Chile, un ambiente de crispación nervios escasamente controlados y rabia nial disimulada. Desde las voces airadas que se escuchan en los espacios públicos, plazas, centros comerciales y calles, en donde los gritos e improperios han ido desplazando a los murmullos y risas de antaño, hasta los espacios de debate virtual como las redes sociales en internet en donde un simple desacuerdo o intercambio de opiniones da lugar a las más ofensivas descalificaciones.
Cuarenta años nos separan de los oscuros tiempos en que la convivencia nacional se volvió imposible. Un periodismo irresponsable junto al cultivo sistemático y deliberado del odio, hicieron de toda conversación una batalla más o menos declarada.
En buena medida esta crispación de la convivencia social ftte un factor determinante para los hechos ocurridos en septiembre de 1973.
Y tras tantos años, pareciera que los chilenos de hoy volvemos por los mismos pasos. Es de preocupar que este ambiente de hostilidad a todo lo que nos moleste sea especialmente intenso entre los jóvenes. Estas nuevas generaciones han sido criadas en la conciencia más exaltada de sus derechos, pero con casi completo desconocimiento de sus deberes.
Son tristemente conocidos los pugilatos en bares y discotecas, y al preguntarles a los jóvenes por las causas de estas peleas la respuesta suele ser:»esque el otro me tocó». Francamente parece propio tic una pésima comedia.
Discusiones que podrían ser de interés, sobre religión, filosofía o política, principian con provocadoras descalificaciones de las creencias ajenas y rápidamente escalan a los insultos, cuestionamientos sobre la moral sexual y la honra familiar de los antagonistas. Lamentable ejemplo de este tipo de diálogo de sordos son las opiniones que se pueden observar en redes sociales como Twitter o Facebook sobre las figuras de los ex presidentes Pinochet y Allende. Son intercambios seguros de las groserías más descaradas.
Igualmente preocupantes son los casos de funcionarios de la educación como profesores o la salud como enfermeros, golpeados por furibundos apoderados o familiares de los enfermos.
Cabe preguntarse ¿qué sentido tiene el intentar argumentar en tales condiciones? Pareciera que estamos condenados a que las discusiones las gane quien grita más fuerte o golpea con más fuerza sobre la mesa.
Pero cuidado, no vaya a ser que ésta termine quebrándose y las astillas nos lastimen irreparablemente.