Y ocurrió lo esperado
Las declaraciones de Andrés Allamand respecto del fallo de la Corte Suprema en el caso CENCOSUD dejaron en evidencia que su estilo que suele resumirse en aquella frase de que la «política es sin llorar» y en que, si de competencia se trata, las oportunidades hay que tomarlas sigue plenamente vigente. Pero, además, plantea una serie de preguntas sobre los alcances de la competencia en política.
Ciertamente, la política es en gran medida competencia y conflicto, puesto que el recurso disputado es muy escaso: el poder. Sin embargo también requiere de cuotas significativas de cooperación para conseguirlo. De allí que se le pueden aplicar a ella dos refranes: «Si quieres ir rápido, anda solo; pero si quieres llegar lejos anda acompañado», y aquel que dice que «no es bueno que los dientes riñan con la lengua». Es decir, en ocasiones la competencia debe dar espacio a la cooperación. En especial, en aquellos en que lo que se juega es más importante.
Esto es particularmente relevante tratándose de una situación en la que los competidores pertenecen y quieren representar al mismo electorado. En este sentido, podría decirse que los dichos de Allamand más parecían críticas de la oposición que de un precandidato de la Alianza, a juzgar por los términos empleados.
Ahora bien, uno de los problemas de fondo que permiten entender situaciones como éstas tiene que ver con el modelo de selección de los candidatos. En efecto, las primarias presidenciales son un instrumento diseñado para designar qué candidato tiene mayor apoyo al interior de un partido más que entre candidatos de distintos partidos de una coalición. Dicho en otros términos, las primarias reemplazan las decisiones de sus dirigentes para seleccionar un candidato; en especia], cuando las ventajas de un postulante son abrumadoras antes de ser iniciada la competencia.
El problema es que, tratándose de coaliciones en un régimen presidencial como el chileno, el mecanismo se emplea para decidir entre los partidos que las conforman. Así, cada colectividad nomina a su candidato y, por tanto, las distancias que naturalmente existen se acrecientan, y el conflicto también. En el caso de primarias al interior de un partido, aun cuando producen roces y diferencias, existen ciertos límites que están dados por la identidad y supervivencia de aquél.
Ahora bien, podrá decirse que, dado que las diferencias programáticas en los partidos de derecha son menores, su identidad partidaria sería débil y, en consecuencia, las primarias permitirían la selección de un candidato presidencial de manera eficiente. No obstante, los partidos no sólo se diferencian en razón de aspectos ideológico-programáticos, sino que principalmente en razón de las trayectorias políticas de sus dirigentes. En el caso de RN y la UDI, dicha trayectoria desde hace 25 años ha sido compleja. De allí que el proceso de primarias es difícil que esté exento de esa complejidad y que situaciones como la actual no ocurran.
Por otra parte, una amenaza permanente desde un punto de vista institucional tiene que ver con el hecho de contar con un sistema de segunda vuelta en la presidencial. Esto genera incentivos para que aparezcan candidatos distintos de los presentados por las coaliciones, los que incluso han surgido de los partidos que las conforman. Tal fue el caso de Piñera en 2005 ME-O, Reitze y, en general, los candidatos apoyados por el PC. Ello se ve morigerado por el hecho de que las elecciones presidenciales y parlamentarias son simultáneas, lo cual genera presiones para la definición de un candidato único. No obstante, siempre existe la posibilidad de que la segunda vuelta pueda sustituir el proceso de elección del postulante que las primarias intentan anticipar.
A pesar de todo, la ventaja de las primarias es que dan el tiempo necesario para limar las asperezas que surgen con ellas antes de la elección presidencial y antes de la segunda vuelta.
Sin embargo, en modo alguno resuelven los problemas de prudencia que requiere la competencia electoral.