Actitudes y crecimiento
Hace ya más de 30 años, uno de los economistas más notables, Douglass North, y en las últimas décadas un destacado grupo de sus seguidores —entre ellos, Daron Acemoglu y Jim Robinson— han venido poniendo de relieve el rol de las instituciones para el desarrollo económico. En efecto, sin desmerecer la importancia de la inversión y la creación de capital humano han dejado en evidencia que la existencia de reglas que promuevan y protejan los derechos de propiedad y el adecuado intercambio entre las personas resultan claves para el crecimiento.
Cuando hablamos de instituciones, no sólo se hace referencia a organizaciones específicas —por ejemplo, instituciones crediticias, tales como los bancos—, sino al conjunto de reglas que coordinan el funcionamiento de dichas organizaciones, como la existencia de un ambiente competitivo.
Ahora bien, existe una dimensión que no es estrictamente institucional, pero que, sin embargo, incide de manera significativa en la efectividad de ellas, que tiene que ver con el cumplimiento de reglas y que podríamos decir que corresponde a la dimensión subjetiva de las instituciones; es decir, cuan «vividas» son dichas reglas en nuestras mentes. La importancia de esto reside en que, si no se cumplen las normas claramente las instituciones caen en desuso y dejan de ser tales. Si mi vecino deja de acopiar la basura en el lugar destinado para ella y el cual ya ha sido acordado, es muy probable que otros hagan lo mismo y que todos terminemos dejando de hacerlo, con lo cual el resultado será obviamente el menos deseado: la basura terminará quedando esparcida por todas partes como consecuencia de la abundancia de perros vagabundos, que por lo demás proliferan a raíz del no cumplimento de otra regla: el cuidado de los animales y de su reproducción.
Esta dimensión subjetiva de las reglas es lo que llamamos virtudes. Es decir, hábitos o disposiciones a hacer bien las cosas, a cumplir con lo que nos comprometemos y, sobre todo, a preocuparnos de los otros y su bienestar. Pero, también esta dimensión tiene que ver con las actitudes hacia el cumplimiento de reglas. Existen muchos ejemplos y uno me parece ilustrativo; a saber, se trata de la actitud que tenemos al evaluar los hechos que se nos presentan: cuan prudentes o ligeros y livianos son dichos juicios y, por cierto las acciones que seguimos posteriormente. Esto lo podemos apreciar, por ejemplo, en el terrible accidente ocurrido hace unos días en la VIH Región. ¿Cuáles fueron las actitudes y juicios emitidos? Primero, buscar un culpable o chivo expiatorio, en circunstancias de que no siempre existe uno sino muchos. Segundo, señalar que se trataba de una máquina de fabricación china, la falta de experiencia del conductor, el exceso de pasajeros la carencia de regulaciones y fiscalización por parte de la autoridad, etc. No cabe duda de que algunas de ellas efectivamente incidieron en lo sucedido, pero la importancia de este trágico ejemplo no radica tanto en las causas reales, sino en las actitudes que asumimos al juzgar los hechos ocurridos, particularmente porque inmediatamente se sataniza lo que se considera como causa la que no necesariamente lo es, pero a la cual los rumores se encargan de atribuirle tal condición.
Por extensión, este tipo de actitudes se traducen en lo que podríamos llamar una ética y cultura ligeras, caracterizadas por el «otro tiene la culpa» lo que nos desvincula de asumir las responsabilidades propias.
Desafortunadamente, éste es un aspecto algo olvidado o al menos dejado de lado en nuestro país y que podría tener un impacto significativo en el crecimiento económico de los próximos años: evidentemente, actitudes de este tipo, que ponen el énfasis en supuestas culpabilidades ajenas y evaden las responsabilidades propias, no lo favorecen.
Parece imponerse una suerte de ética ligera caracterizada por «el otro tiene la culpa», que nos desvincula de asumir responsabilidades propias».