De apaños y eufemismos
«La mejor manera de envilecer a un pueblo es corromper su lenguaje». Esta vieja máxima muy bien puede aplicarse a lo que observamos hoy en Chile. Somos testigos de un fenómeno de degradación de nuestra noble lengua española, que ha alcanzado cotas de insospechada gravedad.
Mucha de la responsabilidad por esta decadencia radica en los medios de comunicación social, particularmente la televisión, que difunden alegremente expresiones de inaudita vulgaridad, como si fuera un fenómeno inocuo y hasta deseable, al hacer de una supuesta espontaneidad la pauta normal de comportamiento.
En los últimos 22 años hemos podido presenciar este fenómeno y su progresivo avance, desde cuestiones que pudieran resultar tonterías, en apariencia, inofensivas, como entre los jóvenes (y 110 tan jóvenes) emplear la ramplonería de «apañar» por ayudar, hasta conceptos mucho más complejos y elusivos como el denominar «pareja» al amante.
No debemos engañarnos. En muflios de estos temas hay una muy perversa y aviesa intención. Se trata de secuestrar ciertos términos, alterar el significado natural y sensato de las palabras para convertirlas en portadoras de mensajes que pretenden cambiar la realidad, la naturaleza misma, en razón de propósitos ideológico políticos.
El problema ha alcanzado ribetes políticos. Basta ver las discusiones que tuvieron lugar con motivo de la nueva acepción que la Academia de la l.engua Española da al matrimonio. Y para qué decir lo que ha sucedido con la ambigua y |K*ligrosa expresión «interrupción voluntaría del embarazo», para no mencionar la homicida práctica del aborto, o llamar a la persona en la pobreza extrema o miseria, como individuo «en situación de ralle», expresión plena de hipocresía, pero que nos libra de sentir la vergüenza que debería darnos al permitir esa condición en nuestros semejantes.
¡Dios nos libre! Si da leche, tiene cuatro patas, manchas, cuernos y dice nní, entonces es mejor llamarla vaca y no cocodrilo, por más que con ambos podamos confeccionar zapatos. Aún es tiempo, pero la solución parte por nosotros mismos, por el ejemplo que damos a los jóvenes y por la claridad que debe primar en la forma en que nos expresamos. No existen palabras feas o desagradables en nuestro idioma, días sólo expresan acciones degradantes o negativas. Por ello la forma más sencilla de evitarlas es absteniéndonos de actuar de forma que debamos emplearlas.
¡Vaca y no cocodrilo, esa es la tarea!