Abstención: ¿la culpa es del chancho?
La abstención electoral ha generado toda suerte de explicaciones acerca de sus causas. Así, entre los principales responsables de ella se consigna a los partidos políticos y a los políticos. Se postula, por ejemplo, que estos últimos sólo se preocuparían de legislar para sí mismos, despreocupándose del país. Incluso, algunas explicaciones más sofisticadas culpan al sistema electoral de esta situación, olvidando que la abstención ha aumentado de manera sostenida desde 1988. Todo ello se ha traducido en un discurso antipolítico que es alimentado por todos, desde los medios y hasta los propios políticos, por paradójico que sea.
Lo curioso de este tipo de argumentación, que en principio puede ser correcta pues describe una realidad, es que aparentemente asume que los políticos serían como seres extraños, de otra especie, entes de otro planeta, que han venido a dominarnos. Sin embargo, ellos provienen y se han formado en los mismos grupos humanos que el resto de la población.
Ciertamente, se dirá que no es tan así, pues los políticos serían miembros de las élites que se reproducen para mantener el poder. Eso no es efectivo; sólo basta ver el origen de nuestros representantes para constatarlo, sin necesidad de ser un experto en genealogía: muy por el contrario de tales tesis, nuestros políticos provienen de un amplio espectro de sectores medios y altos correspondientes a la mayoría delpaís.
Nadie duda de que muchos incurren en conductas reprobables y dado el cargo que poseen nos sentimos con el derecho de exigirles un comportamiento probo y exento de reproche. Les pedimos que sean virtuosos. Más aún, esperamos que la política sea un espacio aséptico, no contaminado, y cuando descubrimos que ello no es así, surge la crítica devastadora. No cabe duda de que es bueno que una sociedad exija estándares altos; no obstante, ¿qué explica que, siendo tan chilenos y proviniendo de los mismos ambientes que el resto, sean percibidos tan distintos como se desprende de las críticas que se les hacen? Es evidente que se requieren explicaciones distintas.
Lo anterior implica asumir una forma diferente de leer la política, y en particular la abstención. Nos remite a otro tipo de reflexión, cuyo énfasis está en el tipo de prácticas que tenemos como sociedad y en el tipo de virtudes que cultivamos, en especial las virtudes cívicas y pro sociales que desplegamos. Así, la calidad de la política no es independiente de la calidad de nuestras prácticas cotidianas. En resumen, los males de la política no tienen su única causa en lo que hacen los políticos, sino que también en cómo nos comportamos a diario, en nuestras carencias de capital social y asociatividad. En concreto, en nuestra tolerancia al incumplimiento de reglas, lo que se refleja en multitud de casos: la falsificación de información (licencias, datos para obtener beneficios, etc.), la búsqueda permanente de excepciones para obtener favores, el no pago de servicios públicos (locomoción colectiva), la intolerancia al fracaso, la inmediatez, etc.
En este contexto, el echarles la culpa a la política y a los políticos (el chancho) de muchos de nuestros males, y en especial de la abstención, puede tener una lectura diferente: constituye la gran excusa moral para justificar nuestra falta de compromiso cívico. En efecto, decir que los políticos están alejados de la gente, que no hacen bien su trabajo, que no tienen legitimidad, es la mejor excusa “moral” para no votar. Sin embargo, es sólo una excusa moral… y como tal, perfecta: una “convicción”.
Es importante reconocer que las elecciones y la política no siempre tienen un carácter decisivo, no obstante su relevancia. Lo clave es sincerarnos y no esconder detrás de argumentos éticos dudosos el desinterés que ella nos suscita.