Ocho maestros
La ciudad es fiel reflejo de nuestra sociedad, y en la ciudad de los nuevos chilenos sobran el mal gusto, la estridencia y la vulgaridad, penetrando todos los ámbitos de nuestra vida.
La capacidad de armonizar dinámicas propias del crecimiento con los valores de armonía, belleza y austeridad se hace cada vez más difícil. Cosa de revisar la programación televisiva y sus “realities”, la publicidad de productos de consumo o los titulares de la prensa “popular” para darse cuenta de que la abundancia de estímulos y recursos puede terminar causando indigestión cultural.
En este contexto, la producción arquitectónica puede ser la salvación o la condena. Si bien hay casos destacables de una arquitectura chilena de primer nivel, la percepción general es otra, al ver cómo abundan proyectos comerciales e inmobiliarios que pretenden ser los más grandes, los más altos o los más estridentes, ignorando de lleno su entorno inmediato, contexto geográfico y cultural.
Muchos se preguntan si los arquitectos seremos capaces de traer armonía y coherencia a este paisaje de nuevos ricos. El desafío es mayor cuando vemos que los cerca de 15 mil estudiantes de arquitectura actualmente en las aulas carecen de referentes y modelos apropiados. En estos casos bien vale la pena darse el tiempo para pensar, compartir experiencias y reflexionar desde adentro, incorporando una mirada libre y descontaminada desde afuera.
En este espíritu es que por cerca de una semana más de mil estudiantes de arquitectura de todo Chile participaron en un taller conjunto en los cerros de Valparaíso. La iniciativa, organizada por el empresario Eduardo Godoy, se enmarca en su proyecto “Ocho al Cubo”, que invitó a ocho de los más destacados arquitectos japoneses a diseñar y construir ocho casas en la costa central junto a ocho oficinas de arquitectos locales.
Lo que podría interpretarse como una estrategia de marketing inmobiliario, cobra relevancia cuando se toma en cuenta el calibre de los invitados y su inquietud respecto al contexto en que les tocaría trabajar. Esto deriva en la descabellada idea de invitar a ocho escuelas de arquitectura a trabajar junto a los ocho invitados japoneses por una semana, con una serie de conferencias, talleres y exposiciones que permiten a un millar de futuros arquitectos compartir con maestros de la talla de Kengo Kuma o Kasuyo Sejima, premio Pritzker de arquitectura (equivalente al Nobel).
El resultado del trabajo ha sido una grata sorpresa, más allá de las diferencias culturales y similitudes en la aproximación hacia una arquitectura que responda a la naturaleza sísmica de ambos países. La capacidad de los maestros japoneses de conducir las fuerzas del desarrollo hacia una arquitectura fina, austera, de poca estridencia y gran contundencia en los detalles, que reconoce y reinterpreta las tradiciones constructivas, al tiempo que explora las posibilidades de las nuevas tecnologías y discursos críticos contemporáneos, sin duda dejarán huella en más de uno de estos jóvenes arquitectos que en unos años más tendrán que diseñar y construir el Chile del futuro, con autoridad técnica, sensibilidad y juicio crítico.