¿Ir rápido o llegar lejos?
Existe un proverbio africano que dice «si quiere ir rápido, vaya solo; si quiere llegar lejos vaya con los demás», el que se aplica al ambiente político actual. Nuestra sociedad se caracteriza por ser una con bajos índices de confianza interpersonal, lo que se presta para que cualquier situación de conflicto o error sea vista con suspicacia por el público. En efecto, en el país escasamente una de cada diez personas señala afirmativamente que «se puede confiar en la mayoría de las personas».
A modo de ejemplo, un hecho que refuerza esta situación lo apreciamos en el caso de la VIII Región. Después del terremoto de 2010, la zona aumentó sus niveles de confianza; obviamente, el terremoto llevó a la cooperación entre vecinos y en general, a colaborar en el proceso de reconstrucción; sin embargo, ya a mediados de 2011 la situación comenzó a revertirse y la desconfianza promedio aumentó nuevamente. Es decir, se podría decir que existe algo así como una inercia que es difícil de alterar.
A primera vista, entonces, parecería que es poco lo que podemos hacer. No obstante, es aquí donde la política y sus actores principales, los partidos políticos, tienen un rol clave. Si bien los partidos son las instituciones que despiertan menores niveles de confianza a nivel nacional e internacional, también es cierto que existe evidencia de que las divisiones y conflictos de las élites políticas se transmiten a la población en su conjunto; por lo tanto, ellos son un canal ya sea de división o cooperación social, y en tal sentido pueden contribuir al mejoramiento o la disminución de la confianza existente en una sociedad.
Al respecto, la encuesta La Segunda-UDD de junio muestra que, frente a la afirmación «Los partidos sólo sirven para dividir a la gente», el 63% señala estar de acuerdo; respecto de la que señala «Los partidos se critican mucho entre sí pero en realidad son todos iguales», el 69% dice estar de acuerdo, y ante la pregunta sobre «Cómo evalúa Ud. la posibilidad de que gobierno y oposición avancen en llegar a acuerdos», el 63% se pronuncia a favor. Es decir, casi dos tercios de los encuestados responden afirmativamente a planteamientos que tienen que ver con acuerdos entre los distintos sectores políticos.
Si bien la propia encuesta entrega antecedentes de que sólo el 54% de los consultados creen que «Sin partidos políticos no puede haber democracia», lo que se esperaría que fuera un porcentaje mucho mayor, la verdad es que ello es un indicador adicional de una falta de liderazgo de ellos que ciertamente deben retomar: al menos normativamente, una democracia sin partidos o en que éstos se encuentran sobrepasados por los movimientos sociales, incentiva políticas populistas o es una fuente de fortalecimiento de las posturas oportunistas de algunos dirigentes e incluso de ciertos partidos menos influyentes, que en estas circunstancias ven una oportunidad para capturar al electorado.
Desafortunadamente, las últimas semanas hemos visto toda suerte de declaraciones sobre si se debe o no llegar a acuerdos con el Gobierno y si éste debe a su vez hacerlo con la oposición. En política, como en cualquier actividad de la vida cotidiana, siempre existe la disyuntiva de mirar el interés propio sólo desde la óptica personal (ir rápido y solo) o desde la óptica común (llegar lejos pero con los demás). En estos momentos, las coaliciones tienen una gran oportunidad de optar por la segunda alternativa. Como se señaló, existen sectores que no quieren acuerdos. Su mirada de corto plazo y la creencia de que es posible obtener beneficios políticos y electorales derivados de la crítica permanente e indiscriminada como asimismo de enervar la paciencia de los ciudadanos, son el principal problema para construir un ambiente político razonable.
Lo anterior no significa desconocer la complejidad de algunos temas. Sin embargo, la existencia de reglas adecuadas para el debate es fundamental, siendo esto válido para cualquier tópico. El punto de fondo es abordar decididamente a los que quieren ir tan rápido, que se olvidan de los demás.
Valga como consideración final que dejar de hacer política por Twitter es una de las primeras medidas de autodisciplina que debieran autoimponerse nuestros políticos.