El mapa de una renuncia
El retorno del voto obligatorio en 2022 reincorporó al sistema político a millones de ciudadanos que habían permanecido al margen durante una década. Con ellos regresaron biografías, territorios y aspiraciones que la política chilena había dejado de procesar. Comenzó a manifestarse un reordenamiento del mapa político que tiene como causa una renuncia: el abandono progresivo, por parte de la izquierda, del proyecto socialdemócrata que caracterizó los gobiernos de la transición.
El conglomerado que gobernó Chile entre 1990 y 2010 había construido una síntesis particular. No renegaba del proyecto de modernización económica; lo asumía y buscaba ampliarlo. Valoraba el crecimiento y el reconocimiento, entendía la educación como motor de movilidad social, y sostenía la promesa de que la mayoría participaría del bienestar generado. Para millones de chilenos esa síntesis funcionó: familias obtuvieron títulos de dominio, trabajadores compraron viviendas, hijos de obreros accedieron a la educación superior.
Pero esa matriz fue abandonada. La izquierda se desplazó hacia una posición que ya no buscaba ampliar el modelo sino cuestionarlo en sus fundamentos. El énfasis pasó de crear oportunidades a garantizar derechos desde el Estado, de valorar el esfuerzo individual a sospechar del mérito como ideología. Paralelamente, incorporó agendas identitarias, de género, plurinacionalidad, cuestionamiento de valores tradicionales, que entraron en tensión con las aspiraciones materiales y espirituales de segmentos del electorado.
Este desplazamiento dejó sin representación a un electorado considerable: la clase media que experimentó movilidad social, los habitantes de territorios que sintieron los primeros beneficios del progreso, las comunidades religiosas que demandan respeto por su cosmovisión, las familias rurales que anhelan ser incluidas en la promesa. Para todos ellos, el esfuerzo y el mérito no son ideología neoliberal; son la narrativa que da sentido a sus biografías.
Las elecciones recientes no pueden entenderse sin esta clave. Boric ganó en 2021 bajo el voto voluntario, con un electorado autoseleccionado, más ideológico y urbano. Cuando en 2022 se incorporaron millones de ciudadanos que habían permanecido al margen, habitantes de territorios periféricos, menos ideologizados, con demandas distintas, el Rechazo fue categórico. No votaron en contra de una propuesta constitucional específica; votaron contra un proyecto político que no los reconocía, que cuestionaba las bases de lo que habían construido.
Lo que estamos presenciando no es polarización sino reordenamiento en base a una renuncia. La izquierda abandonó la socialdemocracia de la transición, y esos valores, defensa del esfuerzo, valoración del mérito, aspiración al progreso material, respeto a identidades tradicionales, han migrado hacia opciones que hoy ocupa la derecha.
El desafío es dejar de leer estos movimientos como irracionalidad. Los votantes responden a las opciones disponibles. Comunas que votaron por la Concertación en los noventa, luego por outsiders, después Rechazo, y ahora por la derecha, no navegan al azar. Buscan quién las reconozca en un sistema que las dejó sin representación cuando la izquierda renunció al proyecto que alguna vez las incluyó.