Día Internacional del médico: ¿algo que conmemorar?
El 3 de diciembre es el día de la profesión médica, en honor al doctor Carlos Juan Finlay Barrés, quien nació en Cuba -cuando Cuba era aún parte de España-, el 3 de diciembre de 1833. Finlay fue un destacado médico epidemiólogo que dedicó su carrera a buscar la causa de la fiebre amarilla. En 1881 presentó en Washington evidencias que demostraban que esta enfermedad era transmitida por el mosquito Aedes aegypti, el mismo que en la actualidad transmite los virus que producen Zika, Dengue y Chikungunya. Aunque en un comienzo sus investigaciones fueron recibidas con escepticismo, sus experimentos demostraron que el individuo infectado quedaba inmune contra futuras infecciones. Este descubrimiento marcó un antes y un después en la salud pública, ejemplificando cómo la labor médica puede transformar vidas y sociedades enteras.
Por estos motivos, la Confederación Médica Panamericana proclamó el 3 de diciembre como el Día del Médico en 1955, coincidiendo con la fecha de nacimiento del doctor Finlay. En esta fecha es imposible no pensar en cómo el desarrollo de nuevo conocimiento e innovación en métodos diagnósticos o terapias avanzadas es fundamental para impactar en la salud de las personas. Pero la sociedad espera mucho más de sus profesionales médicos, no sólo que estén a la vanguardia del conocimiento.
Entre otros valores, la ciudadanía espera que nosotros seamos compasivos y empáticos, viendo a nuestros pacientes no como un mero caso clínico, sino como personas con historias, miedos y necesidades emocionales específicas. Junto a ello, también demanda alta competencia profesional, por lo que nos asiste la responsabilidad de mantenernos actualizados con los avances científicos y tecnológicos, en un proceso de aprendizaje continuo que perdura a lo largo de toda la vida profesional.
El profesionalismo sigue siendo la base del contrato de la Medicina con la sociedad y establece que el interés del paciente está siempre por sobre el de los del médico. Es esencial en este contrato la confianza pública en el profesional médico, siendo la honestidad, la equidad y la justicia pilares esenciales para que la ciudadanía pueda entregarse en cuerpo y alma al cuidado que le brindamos.
Habiendo dicho esto, vale la pena reflexionar si estamos a la altura de estas altas expectativas. Las exigencias de la medicina moderna -como la carga administrativa, la mercantilización de los servicios médicos, los avances en IA y la deshumanización en algunos contextos- pueden chocar con estos valores. A modo de ejemplo, la medicina basada en datos y algoritmos plantea el reto de no perder el contacto humano. A su vez, el pluralismo ético asociado a la globalización exige que los médicos enfrenten dilemas éticos en contextos culturales diversos, mientras que las pandemias, el cambio climático y desigualdades acentúan la necesidad de contar con médicos preparados para escenarios complejos y dinámicos. Todo esto puede impactar en la salud mental de los médicos por lo que si no somos “cuidados”, tampoco podremos “cuidar” de manera adecuada.
¿Cómo pueden los médicos, como individuos y colectivo, renovar su compromiso con la sociedad? ¿Estamos preparados para enfrentar los desafíos éticos, tecnológicos y humanos que se avecinan? En mi experiencia de más de cuarenta años como docente de estudiantes de pregrado de medicina (en tres universidades distintas), sigo recibiendo a estudiantes en primer año que vienen ilusionados con la posibilidad de entregarse al servicio de las necesidades del que sufre, con la esperanza que su trabajo logre salvar vidas y, si esto no es posible, al menos aliviar su dolor y sufrimiento. Parafraseando a Hipócrates “Curar a veces, ayudar con frecuencia y consolar siempre” sigue siendo una máxima que les hace sentido a nuestros estudiantes. De nosotros, sus maestros, depende en gran medida que al egresar sigan abrazando los ideales de la profesión médica.