La acumulación de errores de diagnóstico nos llevará al fracaso
Un error de diagnóstico en un problema de salud puede ser fatal. Errores de diagnóstico respecto de problemas económicos o sociales también pueden llevar a importantes daños. La historia económica de Chile, y de América Latina, está llena de errores de ese tipo.
Por ejemplo, está el grave error de diagnóstico promovido por Raúl Prebisch y la Cepal cuando termina la Segunda Guerra Mundial. Mientras el mundo se abría al comercio después de años de que estuviera cerrado (por la Gran Depresión y las Guerras Mundiales) y el mundo entraba en un boom de comercio que saneó las economías de Europa y que ayudó a producir los “milagros asiáticos”, América Latina se desconectó voluntariamente de dicho boom.
Lo hizo porque Prebisch convenció a América Latina de continuar cerrada y dejar pasar esa micro hacia el desarrollo. Según él, el problema de América Latina era que enfrentaba un continuo e inevitable deterioro en sus términos de intercambio (el precio de sus exportaciones relativo al de sus importaciones) y la única manera de superar ese problema era levantar importantes barreras al comercio que permitieran desarrollar una industria local. La mala comprensión de los detalles técnicos y de los efectos de dichas barreras que se estaban creando aumentó el daño.
Bajo esas impenetrables barreras al comercio países chicos como Uruguay tuvieron varias plantas automotrices que producían solo un auto al día. La enorme ineficiencia amparada por dicha política llevó a niveles muy bajos de productividad e hizo que Chile, Uruguay y el resto de América Latina se alejaran progresivamente de los niveles de vida de los países desarrollados.
Avanzando hacia el presente, y a la situación de Chile en particular, podemos apreciar algo similar. Después de décadas de acercarse a los niveles de vida de los países desarrollados, Chile nuevamente se está alejando. Y ello se debe, nuevamente, a una multiplicidad de errores de diagnóstico y de implementación cometidos a lo largo de los últimos 10 a 15 años. En ese lapso me parece que puede apuntarse a dos importantes errores de diagnóstico.
El primero se refiere a la incorrecta identificación de las causas del descontento que dio lugar a las marchas de 2011. Se dijo que era la desigualdad el problema (no lo era), lo que dio lugar a la mala reforma tributaria que dañó severamente la inversión. Se dijo que había insatisfacción con el sistema educativo (lo que era cierto), pero se diagnosticó mal el problema y la legislación de entonces hoy está demostrando por qué era el remedio equivocado: la educación básica y secundaria no han mejorado y, si algo, han empeorado. También se habló de problemas en el acceso a la educación superior, lo que llevó a otro importante error de política pública que es la gratuidad. Un programa carísimo, mal diseñado, y que se equivoca en dónde hay que poner las prioridades en el sistema educativo. En fin, la lista puede ser larga.
Un segundo error de diagnóstico es respecto de las causas de la revuelta social de 2019. Para muchos eso quiso decir que había que redoblar el esfuerzo en hacer cambios en las políticas de los “30 años”, cuando el problema era que ya en Bachelet II Chile se había apartado del camino virtuoso de esos “30 años” y que el descontento se debía a que las reformas inadecuadas, o mal diseñadas, que habían sido realizadas entonces habían enlentecido en forma importante el crecimiento del país, llevando a la frustración a las generaciones más jóvenes porque después de décadas en que los ingresos de las generaciones habían mejorado, estos empezaron a deteriorarse.
Estamos ante un típico caso en que un error de diagnóstico lleva a un problema que a su vez es mal diagnosticado y que después lleva a otro más, y de dicha cadena de diagnósticos errados están hechos los casos de países “fracasados”. Chile está ahora en el principio de una cadena que debe revertirse pronto para evitar repetir la historia sufrida post Segunda Guerra Mundial.