Cuando no hay convicción
La caótica negociación e inscripción de candidaturas para las elecciones de octubre ya no sorprende. Molesta y frustra, pero no llama la atención. A pesar de los desencuentros, aún es posible encontrar liderazgos políticos valiosos que dignifican la democracia. Líderes que convocan, convencen y suman, y otros que dan un paso al costado por un bien superior. Pero digamos la verdad: ellos son la excepción y la sensación que queda tras el espectáculo político de las semanas recientes es amarga. Y, a pesar de lo que algunos quisieran, esto aplica a todos los sectores.
Es cierto que la oposición tenía una responsabilidad mayor de alcanzar unidad. Pero no porque llevara la delantera en las encuestas, sino más bien a pesar de llevarla, porque el favoritismo, nunca es buen consejero. La responsabilidad de la oposición en cambio era con los chilenos, que con desesperación necesitamos un proyecto político serio, que entregue una alternativa viable de gobernabilidad institucional. En este sentido, su responsabilidad era también con la historia. En demasiadas ocasiones ya las derechas y los centros políticos han demostrado que lo único que parece unirlos, es el pavor que despierta en ellos cierto adversario. Ese que apareció en octubre de 2019, que redactó la primera propuesta constitucional, que hoy ruge en Venezuela, y que hace ya medio siglo se jactó de usar y abusar en Chile del resquicio legal. Cuando Él está de pie, hay sensatez y unidad, pero apenas se repliega para rearmarse (porque Él nunca renuncia), los centros y las derechas parecen olvidar rápidamente el terror que los embargaba, y regresan cómodamente a la rencilla pequeña y la disputa hegemónica.
Pero el vergonzoso proceso de negociación electoral no se agota en la oposición como algunos quisieran celebrar. Casualmente, y en lo que parece ser una mala jugada del destino para el oficialismo local, el cierre de las negociaciones electorales coincidió con el más escandaloso fraude y despliegue antidemocrático del que se tenga memoria en la historia reciente de América Latina. La Venezuela de Maduro puso de manifiesto la grotesca falta de coherencia que supone para sectores democráticos del gobierno el mantener y confirmar una alianza política con quienes aplauden y se autodenominan «soldados» del dictador venezolano. Es demasiado insultante para los chilenos que algunos en el gobierno y sus partidos afirmen que es admisible que existan diferencias entre socios políticos respecto de la condena del régimen venezolano. No basta con que el Presidente cuestioné a Maduro si los partidos de gobierno no lo hacen, e inscribiendo al mismo tiempo su pacto electoral mientras Caracas se tiñe de sangre. ¿No es acaso esto evidente?
El episodio de la negociación electoral es bochornoso para nuestra democracia porque deja en evidencia la falta de convicción de sectores importantes del liderazgo político. Hay tiempo para enmendar el camino. Para bien y para mal, el problema no es de listas o pactos, votos, multas o encuestas. El problema es de convicción democrática. ¿Cuál es el desafío entonces? En la oposición, los líderes de los partidos (no asesores, thinks tanks, ni votantes), deben reunirse a recordar a Quien enfrentan, y si por sí solos no pueden acordar unidad, pedir ayuda externa y técnica, sabiendo que el esfuerzo es por Chile. Paradojalmente, el éxito de esta hazaña es seguro y los sorprenderá. En el gobierno, en cambio el desafío es distinto y el Presidente parece intuirlo. Es necesario que el oficialismo decida cuándo va a divorciarse del socio totalitario. Ahora, en el futuro cercano, o cuando sea ya demasiado tarde.