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UDD en la Prensa

Asedio a la niñez trans

 Sofía Salas Ibarra
Sofía Salas Ibarra Profesora Titular, Centro de Bioética, Facultad de Medicina

Cuando en abril de este año apareció en el Reino Unido el Reporte Cass, surgió de inmediato preocupación entre la comunidad trans, sus familias, los expertos responsables de su cuidado y la sociedad en general. En sus 263 páginas, más numerosos anexos y referencias, el Reporte entrega una mirada crítica respecto los datos científicos que apoyan las indicaciones clínicas para el mejor manejo de niños, niñas y adolescentes (NNA) que presentan disforia o incongruencia de género, sobre todo por la carencia de estudios bien diseñados que sean concluyentes respecto del beneficio a largo plazo de las distintas terapias.

Cabe señalar que la Academia Americana de Pediatría (AAP), institución con más de 80 años de existencia y que, entre otras cosas, tiene a su cargo importantes revistas de la especialidad, ha mantenido sus guías clínicas a favor de la terapia género afirmativa, así como también lo han hecho la Sociedad Americana de Endocrinología, y la Sociedad Canadiense de Pediatría, entre muchas entidades internacionales. En cambio, el Colegio Americano de Pediatras (ACPeds) está en contra de estas terapias, puesto que considera que los jóvenes trans tienen altas tasas de problemas de salud mental, independientemente de cualquier afirmación de sus identidades de género, en parte asociado a experiencias infantiles adversas, incluidos abusos de diversos tipos. La ACPeds fue fundada en 2002, considera que la terapia para «convertir» a jóvenes homosexuales en heterosexuales es un método legítimo y válido, a pesar de que estas terapias han sido consideradas como poco éticas y peligrosas.

Dado lo polémico y delicado del tema, me parece relevante señalar las principales consideraciones éticas. Un antiguo principio bioético señala que “primero no dañar”; al respecto, es necesario tener claro que se puede dañar al dar una terapia y también al no darla. Tal como lo menciona también la experiencia nacional, los NNA con disforia de género “son una población extremadamente vulnerable, con una alta tasa de condiciones de salud mental como depresión, autoagresión e ideación suicida”, por lo que es necesario conformar un equipo interdisciplinario (expertos en salud mental, terapeutas ocupacionales, endocrinólogos infantiles, entre otros), capaces “de acoger, brindar apoyo y otorgar las intervenciones médicas disponibles, de acuerdo a la mejor evidencia científica actual”. Asimismo, el reporte Cass es enfático en señalar que se requiere de una cuidadosa evaluación clínica, partiendo primero por el equipo de salud mental, individualizada caso a caso.

El otro tema ético relevante se refiere a si los NNA pueden tomar decisiones autónomas. Es evidente que a los tres años no hay autonomía posible y son los padres quienes toman estas delicadas decisiones; pero esto no significa que un niño o niña que se percibe de un género distinto del asignado al nacer, no pueda manifestar intensa angustia, que requiere de ser abordada de manera adecuada por equipos de salud mental. Las distintas guías disponibles son claras en señalar que los fármacos que suprimen la pubertad no se entregan a infantes prepúberes. La autonomía progresiva del menor hace ver que, en la medida que va madurando, es capaz de tomar más decisiones en lo que se refiere a su bienestar. Asimismo, debe haber claridad que ninguna guía, ni nacional ni internacional, recomienda la genitoplastía en menores de edad. El uso de bloqueadores de pubertad (respecto de los cuales hay abundante experiencia clínica en menores con pubertad precoz), se recomienda sólo después de una cuidadosa evaluación, a partir de estadío puberal Tanner 2 (es decir, cuando ya ha comenzado el desarrollo puberal), mientras que el uso de hormonas cruzadas sólo se indica en casos seleccionados (en los cuales hay persistencia en la incongruencia de género), cuando tienen alrededor de 16 años o más.

Por último, cabe señalar lo preocupante que han sido las noticias alarmantes, las teorías conspirativas y las “fake news”. Un ejemplo: en una carta publicada en un medio nacional, una conocida filósofa afirmó que un estudio demostró que “las personas que se sometieron a cirugía de reafirmación de género tienen un riesgo de suicidio 12,12 veces mayor que las que no lo hicieron”, omitiendo informar que dicho estudio comparó a personas con cirugía trans, con otras operadas de apéndice o que consultaron a un servicio de urgencia, lo que invalida cualquier resultado. Esos comentarios sólo contribuyen a desinformar, como lo han hecho otros que han señalado descaradamente que “se están castrando a niños de tres años” o que los programas afirmativos son “los doctores Mengele de nuestro tiempo”.

Espero que muy pronto el equipo multidisciplinario conformado por el Minsal pueda llegar a consenso y que se den a conocer sus recomendaciones, de tal modo que el mundo trans, sus familias, y los expertos en acompañarlos en este proceso, puedan estar tranquilos, puesto que debemos recordar que el “no tratar” no es una opción neutra.