Más que una palabra
La palabra «coñete» (tacaño) utilizada por el Presidente Boric para referirse a la actitud que está teniendo la banca en sus decisiones de otorgamiento de créditos hipotecarios y de préstamos a la construcción -que la semana pasada la modificó a «visión pesimista»-, provocó la natural reacción de la industria bancaria, que salió a explicar las razones que están detrás del menor dinamismo observado en las operaciones crediticias orientadas a ese sector. Estas pueden resumirse en la menor demanda que se observa producto de la situación económica del país, en un mayor costo de financiamiento para los bancos, en el mayor riesgo que están representando los acreedores en este sector, y en la necesidad de cumplir con las estrictas regulaciones que supervisa la CMF, velando así por la protección del dinero de los depositantes, que es lo que en último término está en juego en el proceso de intermediación financiera.
Pero el asunto de fondo va mucho más allá de la palabra utilizada para describir la apreciación gubernamental sobre la industria bancaria. Lo que pone claramente de manifiesto la percepción manifestada por el Presidente Boric y otras autoridades es la premisa de que las empresas toman sus decisiones con una lógica voluntarista, a partir de las preferencias de sus dueños o controladores, y no a partir de un análisis racional de los negocios. En el caso de los bancos, en que su negocio es prestar plata, sería dispararse en el pie desaprovechar las oportunidades que se presentan, cuando estas son buenas. No es por «mala onda» cuando no otorgan créditos, ni tampoco es por «buena onda» cuando lo hacen. Las decisiones que se adoptan, en uno u otro sentido, obedecen a un análisis racional del negocio que se les presenta, y esta actitud es la que prevalece en todas las empresas (públicas y privadas) y en todos los sectores, con excepción de aquellas organizaciones que actúan con fines de beneficiencia. Y es justamente la generación de utilidades en los negocios lo que agrega valor en la economía, y por tanto lo que está en el corazón del crecimiento económico. Es por esto que los llamados al sector privado para que invierta más y para que genere más empleos caen en saco roto si no van acompañados de incentivos concretos que lo motiven a hacerlo. Las críticas que se plantean en el ámbito tributario, en las regulaciones laborales, en la forma en que se otorgan los permisos, en lo referido a la institucionalidad medioambiental, y un largo etcétera, no son por un asunto de buena o mala voluntad, sino que surgen de la necesidad de contar con un entorno que incentive a las empresas a invertir, a crear empleos y a innovar. Si no se entiende esto va a ser muy difícil poder avanzar en la búsqueda de acuerdos que permitan retomar con fuerza el crecimiento económico, requisito fundamental para que pueda mejorar la calidad de vida de los chilenos.